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Amando de Miguel

Muerte de un ciclista

En contra de lo que se había supuesto, en nuestro mundo mecanizado se hace cada vez más frecuente el uso de la bicicleta.

No me refiero a la interesante película de Juan Antonio Bardem. En su día la muerte por accidente de un ciclista se consideraba un suceso raro. En contra de lo que se había supuesto, en nuestro mundo mecanizado se hace cada vez más frecuente el uso de la bicicleta. Lo facilita la creciente congestión del tráfico automóvil y el nuevo valor de la actividad deportiva saludable. Llega ahora el buen tiempo y se ven cada vez más bicicletas como medio de traslado y de ocio. Por cierto, históricamente la bicicleta apareció antes que el automóvil.

Sea como fuere, la bici se generaliza entre nosotros con un general aprecio. Tanto es así que aparece un nuevo problema colectivo: el aumento del número de accidentes de circulación en los que los ciclistas son destacadas víctimas. No es tanto por la torpeza de los ciclistas como por la dificultad objetiva de que las bicis coexistan con los vehículos de motor que circulan por las mismas vías. Este es el caso en la España actual, donde se ve con preocupación el incremento de víctimas mortales en los encontronazos de los ciclistas con los coches, las motos o los peatones. De momento, se pretende atajar el problema con la recomendación oficial de que los conductores de vehículos de motor tengan más precaución y reduzcan la velocidad. Se acompaña el santo temor a las multas de tráfico. Nada de eso parece ser efectivo. Sigue en alza dramática el número de ciclistas que fallecen por accidente. Es lógico. El número de siniestros es proporcional al de vehículos en el tiempo y en el espacio. En cambio, la prudencia de los conductores más bien parece una constante.

Habrá que probar otras acciones. Cierto es que los ciclistas constituyen la parte débil en la conjunción con los coches y motos en el mismo espacio de la carretera o la calzada. Pero habría que exigir un poco más a los ciclistas. No basta con que se coloquen cascos o que lleven ropas vistosas y deslumbrantes. Es menester que, si van dos o más en alegre expedición, se organicen en fila india y a poder ser por el arcén de la carretera. Pero resulta que hay muchas carreteras secundarias sin arcenes. Además, a los ciclistas que pasean en grupo parece que les molesta ir en fila india.

No hay más remedio que establecer una estricta limitación: las bicis no deben circular más que por los carriles destinados a ese medio de tracción. Existen ya en muchas ciudades españolas, pero todavía son una rareza, sobre todo fuera de las grandes urbes. Cuesta muchos implantarlas sobre la estructura de las calzadas o carreteras, pensadas para los vehículos a motor o los peatones. No obstante, la fórmula que digo se acabará imponiendo. Es puro sentido común. Las bicis resultan incompatibles con los coches en las mismas vías. El problema fundamental es, pues, de coste económico. Pero habrá que asumirlo si siguen menudeando los accidentes de tráfico en los que salen perjudicados los ciclistas.

Los carriles exclusivos para bicis no pueden evitar otro peligro: que por ellos circulen también peatones, que son todavía más vulnerables, especialmente niños y ancianos. Está claro que en un mundo mecanizado los que más sufren son los que van por su propio pie.

Las bicicletas serán para el verano. (De nuevo la nostalgia de la estupenda película de Jaime Chávarri, basada en la obra de Fernando Fernán Gómez). Lo malo es con ellas menudean los percances luctuosos. Habrá que estar atentos a este fenómeno. No son suficientes las recomendaciones oficiales para que seamos precavidos.

La asociación del estío con los sucesos dramáticos me lleva a otra constante veraniega: los incendios forestales. No se producen al azar sobre el espacio y según el tiempo cronológico. Baste recordar que la provincia de Soria es la que más pinos tiene por habitante. No obstante, es un territorio donde apenas se registran incendios de bosques. Convendría pararse a pensar por qué, especialmente si partimos de la constancia de muchos de estos siniestros debidos a la mano del hombre. Por cierto, poco o nada sabemos sobre las circunstancias que caracterizan a los pirómanos, raza infame. ¿No se podrían considerar como un caso de terrorismo?

En España

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