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Amando de Miguel

Neologismos y barbarismos

Una región o una nación serán tanto más ricas cuanto más valor añadido incorporen a los bienes o servicios que exporten.

Carlos M. Padrón (Caracas, Venezuela) se alarma ante la propuesta de escribir "la interné" en lugar de "Internet". Se pregunta acongojado: "¿Por qué esa manía de querer traducir lo que no está pidiendo traducción alguna, o, peor aún, lo intraducible?". No hay ninguna manía traductora. Ya he dicho que sería absurdo decir "Interred". Pero me parece razonable despojar al palabro de la mayúscula para quedar en el estatuto de nombre común. Así, yo suelo escribir "la internet". Ahora bien, al igual que en chalé, carné, chaqué y otras voces parecidas, parece aconsejable que en español le quitemos la T final. No es traducción sino adaptación. Es la misma operación que hacemos con "fútbol" (y no foot-ball o balompié). En los ejemplos citados el habla del pueblo va por delante y luego se establece la norma. El paso del tiempo y el uso va decantando el valor auténtico de las palabras. Un idioma es un ser vivo.

José María Iboleón Adarraga tiene la duda de si se debe aceptar el verbo conveniar. A mi modo de ver, no hace falta. Ya tenemos convenir, en el sentido de acordar algo entre dos partes.

Juan Puyol observa el uso creciente de la voz equipación para el conjunto de accesorios que posibilitan la realización de algunos deportes. Me suena fatal. Bastaría con "equipo" o "equipamiento", que son voces ya establecidas. No sé por qué el mundo del deporte es tan ávido de neologismos. Quizá sea por la frecuencia y el interés de las competiciones internacionales.

Francisco M. Doncel se pregunta si se debe aceptar la sustitución de los "análisis clínicos" por "analítica". Me parece un abuso, el mismo que se comete al sustituir la palabra "clima" o "condiciones climáticas" por "climatología". De todas formas, el uso manda y la "analítica" sustituye con ventaja al "conjunto de análisis o pruebas de diagnóstico". Lo que empieza siendo un uso, termina en norma. Lo malo es que el vulgo llame analís a la analítica.

José María Navia-Osorio critica el abuso de ciertas expresiones de moda que no son sino barbarismos mal adaptados. Por ejemplo, hoja de ruta, línea roja, poner en valor o valor añadido. No ve la necesidad de apelar a esas muletillas que para él carecen de significación. Estoy de acuerdo en parte. Hoja de ruta es un tecnicismo del mundo del transporte ahora transmutado en "logística", que suena bonito. La "hoja de ruta" es un documento que señala el destino, la mercancía y otros datos de un servicio de transporte. Puede que corresponda en los Estados Unidos a un mapa en el que señala con rotulador el mejor camino entre dos localidades. Es, por tanto, una guía para el conductor, ahora muy mejorada con los navegadores electrónicos. Por extensión, la "hoja de ruta" se emplea para designar el calendario detallado de un proceso de cambio político. No me parece un mal término si no se abusa mucho de él.

Lo de la línea roja tiene razón don José María. Es una metáfora insulsa, puesto que no se sabe bien en qué circunstancias se utilizan las líneas rojas. Se supone que marcan la línea de "prohibido entrar", pero no es esa la señal establecida.

La expresión poner en valor resulta chocante y molesta para don José María y para mi. Se conoce que ambos somos bastante antiguos. Ahora todo se pone en valor, es decir, hay que descubrir las cualidades ocultas de las cosas más peregrinas para enaltecer su aprecio y hacer que suba su precio. Supongo que es un galicismo.

También le molesta a don José María lo delvalor añadido. Sin embargo, se trata de una idea muy necesaria. El precio de un artículo o servicio se determina por el incremento de utilidad que supone la aplicación del trabajo o de la actividad empresarial en cada una de las fases del proceso productivo. Cada uno de esos incrementos equivale al valor añadido de la aplicación correspondiente. Cuanto más especializada sea la actividad laboral o empresarial, más afectiva será la transformación del producto, más utilidad reportará y más aumentará su precio. Esos aumentos son una de las claves para fijar el impuesto a la producción, el famoso IVA (impuesto sobre el valor añadido). Es muy justo, como injusto es el de la herencia, por mucho que reciba el nombre de "derechos reales". En la transmisión de una herencia no hay valor añadido, pero sí interviene la voracidad fiscal. Una región o una nación serán tanto más ricas cuanto más valor añadido incorporen a los bienes o servicios que exporten.

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