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Amando de Miguel

Otra vez las encuestas

Los dos grandes partidos (los que cortan el bacalao) no quieren ni oír hablar de una nueva ley electoral más democrática.

José María Navia-Osorio me pide que aclare un poco este pandemónium de las encuestas electorales. Estamos en campaña electoral y es lo que toca. Los sondeos son parte de la estrategia de lucha entre los partidos. Desde luego, la primera consideración es que ese instrumento sociológico debe levantarse por un equipo independiente de los respectivos partidos en liza. Ni qué decir tiene que la investigación debe ser profesional. Una manera de detectar esa cualidad es que los resultados se den con números enteros, no con un decimal.

Cumplidas las condiciones anteriores, empiezan las exigencias y los matices. Lo menos interesante y más arriesgado de una encuesta electoral es el cálculo del voto probable. Por desgracia, es lo que más interesa al que encarga la encuesta y al que la difunde a través de los medios. Por eso mismo hay que poner todo tipo de cautelas ante las previsiones de los sociólogos. En principio, no debe ponerse más fe en ellas que las que otorgamos a los economistas o a los meteorólogos cuando nos dicen lo que va a pasar con el PIB o con las borrascas. Es decir, el que tiene boca se equivoca. Pero, no se sabe por qué, a los sociólogos se les exige más en sus predicciones.

Una buena encuesta electoral es la que logra explicar la probable conducta ante las urnas. Cuanto más cerca estemos de ese momento, más válida resultará la anticipación. Aquí viene un obstáculo administrativo realmente ridículo e inexplicable. Las leyes no permiten levantar sondeos de este tipo en la semana anterior a los comicios.

Para precisar bien el probable comportamiento ante las urnas es menester que aseguremos bien estos datos: recuerdo de voto, simpatía, intención de votar y conducta de los amigos y parientes. El axioma es que lo más probable es que uno vote lo que votó la vez anterior y lo mismo que votan las personas que uno aprecia.

El problema surge cuando hay nuevos partidos, como en la ocasión presente de las europeas. En ese caso no vale el método que acabo de describir. Por eso el error puede ser monumental. Ya la misma aparición de nuevos partidos indica que estamos próximos a una revisión de la ley electoral. Por cierto, se trata de una ley anterior a la Constitución. Los dos grandes partidos (los que cortan el bacalao) no quieren ni oír hablar de una nueva ley electoral más democrática.

Un elemento nuevo en las europeas es que se ha repetido hasta el hartazgo que la participación va a ser baja. Es probable, pero puede darse el efecto de lo que se llama profecía que se autoderrota. Podría funcionar. En cuyo caso nos vamos a llevar una sorpresa. No olvidemos que a los españoles (no sé por qué) nos priva eso de introducir la papeleta en la urna. Además, nos llega por correo a casa, lo que resulta un tanto indecente. Es decir, no necesitamos cabina para escoger la papeleta. Gran error.

No olvidemos que la gran ventaja de las elecciones es que el voto es secreto. En cambio, las respuestas a un entrevistador no lo son. Es decir, puede haber una cierta disonancia entre una y otra conducta, cuando lógicamente tendrían que coincidir. O lo que es lo mismo, que la gente puede mentir en una entrevista. No hay que alarmarse. También mienten los testigos en los juicios y nadie se escandaliza.

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