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Amando de Miguel

Partidos políticos: la reforma imposible

Para celebrar los 40 años de la Constitución de 1978, se impone una completa revisión de su texto con la idea de asentar una democracia madura.

Para celebrar los 40 años de la Constitución de 1978, se impone una completa revisión de su texto con la idea de asentar una democracia madura. La clave de la reforma es la implantación de verdaderos partidos políticos, cosa que hasta ahora nunca hemos tenido en España. Como método preliminar se impone un estudio de las tachas que afectan a las formaciones actuales. Me sale un decálogo de ellas. Se trataría de eliminar tales defectos, operación que significa intervenir decididamente en la sociedad española, no solo en la política. Se verá así la enorme relevancia que puede tener una reforma de este tipo. Casi se podría hablar de una revolución, si esa voz no estuviera ya tan desgastada por los varios usos que de ella se han hecho.

1. Los partidos políticos actuales no cumplen la condición de ser de verdad de alcance nacional. En el mejor de los caos se comportan más bien como conglomerados de baronías regionales. En ocasiones limitan su acción a una determinada comunidad autónoma. Se impone la elemental condición de que cada uno de los partidos intente representar a todos los españoles, naturalmente, con la ideología correspondiente.

2. Como consecuencia de lo anterior, las actuales formaciones se comportan más bien como grupos de presión, en el sentido de que defienden intereses concretos, parciales. Es claro que deberían superar tal parcialidad.

3. Un partido político en toda regla debe preocuparse de seleccionar muy bien a los políticos, sea para gobernar o para estar en la oposición. Desgraciadamente, esa función primordial ahora no la cumplen. De ahí el desprestigio de los políticos entre la opinión pública.

4. La Constitución actual señala expresamente que los partidos deben tener un funcionamiento democrático. A pesar del simulacro de las primarias, esa condición no se cumple. Los partidos son más bien estructuras oligárquicas.

5. Una condición tan elemental como las cuentas claras es una exigencia indeclinable para la acción de los partidos. Actualmente no se cumple.

6. No extrañará que, con la ausencia de cuentas claras, los partidos que conocemos derrochen el dinero público a manos llenas. Deberían prescindir de las dispendiosas ayudas públicas y valerse fundamentalmente de las cuotas de los simpatizantes. No estaría mal que prescindieran de ciertos gastos suntuarios, como sedes permanentes en muchos lugares y el incontrolado uso de coches oficiales.

7. El extremo del rasgo anterior es que algunos partidos se hallan enfangados en la corrupción más escandalosa. Casi se podría hablar de una verdadera cleptocracia (gobierno de los ladrones). El asunto desborda el planteamiento jurídico.

8. En las formaciones políticas actuales se nota la ausencia de verdaderos intelectuales o teóricos. Los cuales se ven malamente sustituidos por portavoces, literalmente, los que no tienen voz propia.

9. Con todo lo anterior, se desprende que en los partidos que conocemos domina el "fulanismo", según dijera Unamuno para su época. Aquí no pasa el tiempo. Es decir, destaca excesivamente el peso de las individualidades y la consiguiente ausencia de doctrina.

10. Es claro que el funcionamiento de los partidos en el Parlamento exige una cierta disciplina de voto. Pero no debe exagerarse hasta la situación actual. En efecto, actualmente no se reconoce la mínima libertad de voto de los diputados en los asuntos de extrema gravedad o de índole moral.

Bastaría con revisar esos diez elementos negativos para organizar un sistema de partidos que correspondiera a las exigencias del siglo XXI en el continente europeo. Parece un empeño tan difícil como necesario.

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