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Amando de Miguel

Política: el lenguaje de los símbolos

El hombre público debe hacer ver que es infatigable. Da mucho pisto alardear de que no tiene tiempo de estar con la familia.

Raúl de Gasteiz me comenta una amena historia de un amigo suyo que se fue a estudiar a una universidad norteamericana. Residió en una casa con otro estudiante irlandés. Viendo que en algunas casas de los vecinos ondeaba la bandera norteamericana, decidieron colocar las suyas nacionales. Las colgaron de la ventana. En seguida recibieron la visita de un par de policías locales para decirles que esas banderas eran ilegales. Los estudiantes protestaron: ¿Es que no se podía poner ninguna bandera que no fuera la norteamericana? Los policías les aclararon: podían colocar las banderas que quisieran, siempre que las desplegaran dignamente de un mástil. Era una cuestión de dignidad. Así lo hicieron.

Hasta aquí la bonita historia. Don Raúl añade: "Estoy totalmente en contra de que se quemen o se pisoteen banderas, pero ese respeto reverencial que se les tiene en EEUU me parece hasta excesivo. Ni tanto ni tan calvo, hay que tomarse las cosas con un poco más de naturalidad". No estoy de acuerdo. En el barrio donde ahora resido algunas casas izan la bandera norteamericana, en ocasiones la de Texas (que fuera por poco tiempo un estado independiente). No me parece un comportamiento excesivo sino muy natural y plausible. En algunos edificios públicos de la ciudad se exhibe la bandera de México e incluso la española, puesto que Texas fue española y mexicana. Me parece algo entrañable. Por lo mismo la bandera de Ceuta es la de Portugal, y todos contentos.

Me parece una lástima que en muchas escuelas españolas no figure la bandera española (compatible con la europea y la de la región o la localidad). Después de todo, España fue cronológicamente el primer Estado, junto a Portugal. Los símbolos nacionales están para unir. Aun suponiendo que Cataluña o el País Vasco fueran alguna vez independientes, no sería un contrasentido que en algunos de sus edificios públicos ondeara la bandera española. Bueno, ahora son prácticamente independientes (a falta de algún detalle, como el portaaviones) y la bandera española solo está en los cuarteles militares. Incluso en Madrid un vecino mío puso la bandera española en la puerta de su casa y se encontró con que en la entrada habían volcado varios cubos de basura. Lo nuestro es una enfermedad colectiva.

Gabriel Ter-Sakarian me envía un desahogo político muy atinado: "La gente de la llamada izquierda no se da cuenta de que las cosas no son como en tiempos de Franco. Por aquel entonces la izquierda era progresismo, cultura, antioscurantismo, y la derecha era cerril, pancista, absolutamente inculta... Pero resulta que la izquierda actual no es una ideología, como en los tiempos del dictador. Es simplemente una secta... Lo cierto es que actualmente la cultura, el sentido común, la mesura, la categoría humana, son patrimonio del PP". Aligero el texto de exabruptos contra los personajes del PSOE, pero la sustancia es lo que va transcrito. Creo que representa al sentir de mucha gente cultivada.

Desgraciadamente, la política se ha reducido en España a una jerga, a un modo particular de decir las cosas. La jerga del politiqués contamina muchas posiciones directivas de diversas organizaciones. Puesto que nos referimos a gestores, se entenderá que utilicen palabras y expresiones energéticas, voluntaristas, elegidas para impresionar a la clientela, lo que ellos llaman ciudadanía. He aquí una lista provisional:

  • Apostar
  • Reto, desafío
  • Hacer los deberes
  • Estamos trabajando [solo falta añadir: "perdonen las molestias"].
  • Cargar las pilas
  • Lucha [antiterrorista, sindical, etc.].

Naturalmente, la elección de esos términos no es azarosa ni gratuita. El hombre público debe hacer ver que es infatigable. Da mucho pisto alardear de que no tiene tiempo de estar con la familia. La corrección política es la traducción de un término inglés, eufemístico, para indicar lo que se debe o no se debe decir.

Debo adelantar una nota sobre política norteamericana; así me lo piden algunos amigos. Por lo pronto, el sistema de las interminables "primarias" me parece un buen ejercicio democrático, bien que costoso. El Partido Republicano o GOP (Great Old Party) no tiene equivalente español. Es un partido a la derecha de Atila. Su candidato mejor situado es un veterano en los dos sentidos de la palabra (talludito y excombatiente). El Partido Demócrata tiene ahora dos candidatos:

  1. Un negro jovencito (hay que decir afroamericano) que parece extraído de la película "Adivina quién viene a cenar esta noche". Por muy africano que parezca, pretende ser el heredero de los Kennedy. Aunque me temo que se quede en la rama de Sammy Davis Jr. Le votarán los pocos jóvenes que votan.
  2. Una ex-presidenta de la nación, cuyo nombre se pronuncia algo así como Clinn, con la i más cerca de la e. Si gana la candidatura, es que la maquinaria del partido pesa más que la ideología. La Clinn recibe el apoyo electoral del público femenino.

Tanto el yerno de Spencer Tracy como la Clinn representan el equivalente de una parte de la derecha en España que a sí misma se llama centro. Izquierda no hay en los Estados Unidos. Viven demasiado bien y nadie quiere más igualdad. En los últimos tiempos, la sociedad americana se ve invadida por una obsesión de inseguridad. Ganará el candidato que promueva más dosis de seguridad social y sobre todo individual.

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