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Amando de Miguel

Política y fútbol: un sorprendente paralelismo

No me refiero a la vulgaridad del Barça como un club asociado a un régimen político. La cosa es muy vieja, desde los míticos goles de Zarra o de Marcelino en el régimen franquista. La relación entre esas dos grandes instituciones, la política y el fútbol, es algo más serio y sistemático. No es casual que ambas manejen la voz taumatúrgica de partido.

Lo fundamental es que tanto la política como el fútbol espectáculo consigan ser dos formidables movimientos de masas. Basta asomarse a cualquier medio de comunicación. El dato que importa es el número de goles o de votos. Destacan dos tipos de retratos, de primeros planos: políticos y futbolistas. Ambos significan de las dos carreras éxito aparentemente fácil que encandilan a millones de aficionados. Para ser un futbolista famoso o un político destacado no hace falta haber estudiado mucho. Pero hay que entrenarse y disciplinarse. Un mitin electoral o un partido de fútbol son las formas secularizadas de las tradicionales manifestaciones religiosas. Los dos despliegan banderas, himnos, insignias y otros símbolos de identificación colectiva.

Es difícil cambiar de religión, pero también de club deportivo o de partido político. La gente necesita exponer el sentimiento del nosotros. La observación de la realidad social y el juicio que merece se nos muestra tintada con la expresión de pertenecer a un club futbolista o a un partido político. Los nuestros siempre tienen razón (manque pierdan). Como el juego continúa, siempre habrá oportunidad para ganar.

La similitud formal entre las dos entidades que digo se refuerza porque su actividad constante se dirige a ganar al contrario. Es una simbólica guerra, que a veces acaba siendo a trompazos o por lo menos a insultos. Naturalmente, no todos los que juegan pueden ser ganadores. Es más, para sentirse como tales, otros deben perder. Pero todos los participantes ganan notoriedad, que es de lo que se trata.

La correspondencia entre fútbol y política llega a la caricatura: en ambos hay corrupción. Es lógico, pues manejan fondos desmesurados. Los contratos de políticos y futbolistas no son tales, sino fichajes. La popularidad que logran es inmensa. Una diferencia por el momento: en el fútbol no hay mujeres, no ya en los jugadores, sino en los árbitros, comentaristas, directivos de los clubes. La política sí se ha feminizado, pero a trancas y barrancas. Cuesta decir "diputada".

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