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Amando de Miguel

Sobre los buenos deseos navideños

Está claro, los hombres de nuestra época se han creído que pueden ser dioses inmortales y omnipotentes.

Intriga la divisa religiosa que preside la celebración de los días navideños: "Paz a los hombres de buena voluntad". Esa "paz" poco tiene que ver con el cese de hostilidades. Por otro lado, las guerras actuales ya no se declaran y, por tanto, no cabe firmar el correspondiente armisticio. Especialmente en el caso del terrorismo, nadie sabe cómo puede finalizar.

El lema navideño se refiere a otra forma de paz. Para empezar, se trata de un deseo, por lo mismo que al saludar con un "buenos días" no pretendemos señalar que hace buen tiempo, un clima agradable (ahora dicen "climatología"). El sentido del lema navideño es una esperanza de que la persona a la que se dirige el saludo goce de buena salud, sobre todo de ánimo.

Más intrigante es todavía el destinatario de los buenos deseos: "Los hombres de buena voluntad" (ahora dicen "los hombres y las mujeres"). La voluntas latina, derivada del verbo volere (querer, desear), traduce una expresión hebrea que significa algo así como benevolencia, buena disposición, sinceridad. Así pues, voluntad tenemos todos, pero la "buena voluntad" es atributo de algunas personas merecedoras de aprecio. El Mesías (ungido; Cristos, en griego) proclama en este tiempo de regalos el deseo de buena salud a las personas que se la merecen. La salud se asocia en la Biblia con la salvación. Por eso Cristo es el Salvador.

En esta época de derechos universales llegamos a la cómoda conclusión de que todos (ahora dicen "todos y todas") nos merecemos todo. No nos paramos a pensar que tal deseo tiene un coste infinito y que no se precisa cómo se tiene que pagar. Un gerifalte de Podemos ha llegado a proponer que en la nueva Constitución figure como derecho fundamental de todos los hogares el que gocen de calefacción en invierno y aire acondicionado en verano. Por ahí llegamos al famoso artículo 6 de la Constitución de 1812, en el que se establece que una de las principales obligaciones de los españoles es la de ser "justos y benéficos". No creo que los españoles actuales pudiéramos pasar fácilmente el examen de tal precepto. El cual indica que lo nuestro es la utopía, una voz que no la entendemos como "lo que no existe", sino como "lo mejor que nos va a pasar". De ahí ese estúpido grito de "¡Sí se puede!". Está claro, los hombres de nuestra época se han creído que pueden ser dioses inmortales y omnipotentes.

Es muy corriente ahora convenir en que las conductas de los humanos se asemejan en todo a las de los otros animales, por lo menos los mamíferos. No está mal ese ejercicio de humildad del Homo sapiens. Pero hay un rasgo específicamente humano: la intención de desear. Supone una particularidad más amplia: la de imaginar que las cosas futuras pueden ser distintas y mejores que las del presente. Ahí reside el comportamiento excepcional de los españoles entre las dos loterías, la de Navidad (ahora dicen "solsticio"), del 22 de diciembre, y la del Niño, del 6 de enero. Nadie piensa que se trata de dos formidables formas de recaudación de impuestos. Una realidad tan ominosa queda oscurecida por la alegría de los buenos deseos. Siempre se dice que "el Premio Gordo ha quedado muy repartido", cuando es precisamente lo contrario, que solo favorece a unos pocos y perjudica a casi todos los demás que juegan. ¿Será esa la manera española de entender la "buena voluntad"?

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