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Amando de Miguel

Sobre maricones y otras lindezas (II)

Gante Ros me escribe un largo correo y duda de que yo lo vaya a leer. Lo he leído con mucho gusto. Me pide que utilice términos que no causen escándalo y que sean bien recibidos, como gay o lesbiana. Pero ¿y si yo digo que no me gustan; que me parecen cursis y que apestan a “corrección política”? El mejor término, el más elegante, sería manflorita. Así está en el diccionario. Es una corrupción popular de “hermafrodita”, pero sobre corrupciones no vamos a discutir por un quítame allá esas pajas.
 
Juan Alonso sintetiza: “es usted repugnante”. Es decir, yo. Su tesis es que “cualquier homosexual, al que usted llame maricón, evidentemente se sentirá insultado. Todas las argumentaciones sobre la isla de Lesbos, prefijos, sufijos, etc. no son más que artificios de gilipollas con cierta habilidad dialéctica que por ello se cree intelectual”. Supongo que lo de “intelectual” será un insulto. Es extraño. Cuando se coloca un adjetivo de un rasgo no deseado al lado de una persona, esta se siente insultada. Mi teoría es que el insulto cumple la excelente función de desplazar la agresión física. Aunque cada vez tengo más reservas sobre la bondad de esa teoría.
 
E. Rodríguez Lozano hace una propuesta interesante. Puesto que en griego omós = igual, semejante, podríamos convenir en llamar omosexuales a los homosexuales. Así no se ofenderían. Lo malo ─pienso yo─ es que los homosexuales no son iguales o semejantes a la mayoría, sino que son (estadísticamente) diferentes. En griego, desigual o diferente es éteros. Son diferentes porque quieren parecer mujeres. Es decir, tendrían que llamarse heterosexuales. Vaya lío.
 
Miguel González Sorensen comenta: “Aprovechando que celebramos el cuarto centenario de la publicación del Quijote, ¿se imagina usted a don Quijote o al propio Sancho llamando homosexuales a los maricones? Recuerdo que en el Quijote se dice afeminado pero en una forma descriptiva, nada afrentosa. Ese tono sí está en Los baños de Argel: “A compassión me mueve, ¡o gente afeminada”“ En el Tesoro de Covarrubias, contemporáneo del Quijote, se contienen estas dos acepciones de afeminado. (1) El hombre de condición mujeril, inclinado a ocuparse en lo que ellas tratan y hablar su lenguaje y en su tono delicado. (2) Algunas veces significa el delicado de miembros y flaco de complexión, aunque tenga ánimo varonil; y algunos destos suelen ser de grandes ingenios y habilidades”. Sí, señor; eso es precisión.
 
Pero todavía es más claro Covarrubias: “Maricón: El hombre afeminado que se inclina a hacer cosas de mujer; llaman por otro nombre marimaricas. Como al contrario decimos marimacho la mujer que tiene desenvoltura de hombre”.
 
Borja Fernández (“Zif para los colegas”) se despacha con la ironía de que no sé leer. Me pide que “salga del armario de los homófobos”, entre otras lindezas, que no me atrevo a copiar. Esto de homófobo tiene su guasa. Literalmente significa “odio a los iguales”, pero intenta pasar por “odio a los maricones”. Es uno de tantos barbarismos del inglés que ignoran el griego. No sé por qué habría que odiar a los maricones. Sea vicio, enfermedad, rareza o gracia natural, la condición afeminada no me produce aversión. En todo caso, su diferencia estadística les lleva seguramente a sufrir más de la cuenta. Por ese lado son dignos de compasión (= compartir el sufrimiento).
 
Julio Perales Díaz (Madrid) me escribe, dolido, una larguísima misiva sobre el asunto de los maricones. Me achaca que mezcle las etimologías con las ideas políticas, cuando “el buen etimólogo debería abstraerse de cualquier opinión subjetiva sobre los conceptos que hay tras las palabras que pretende analizar”. Pero, señor, yo no soy, ni quiero ser, un buen etimólogo, ni siquiera un etimólogo a secas. Por otro lado, las opiniones son siempre subjetivas. Es más, me considero un sujeto, no un objeto, y por tanto mis razonamientos son subjetivos. ¿Es eso malo?
 
Me critica don Julio mi argumento de que lo de lesbiana es un término desgraciado, pues en la isla de Lesbos ─decía yo─ seguramente la mayor parte de las mujeres no son de esa condición. Arguye él que mongólico tampoco serviría porque no todos los niños de Mongolia tienen síndrome de Down. Alto ahí, pero los niños de Mongolia suelen tener los rasgos achinados que identificamos con los niños con síndrome de Down. Volviendo a las lesbianas. Lo mejor sería llamarlas sáficas, pues fue una tal Safo de Lesbos la que pasó a la Historia por sus poemas de amor a las mujeres.
 
Opina don Julio que homosexual es un término “perfectamente coherente” porque indica las personas que “sienten atracción sexual por las del mismo sexo”. Yo añadiría ─si me deja─ “atracción primordial”, por cuanto es perfectamente natural que alguna atracción sienta todo el mundo por las personas del mismo sexo. Para mí, el rasgo definitivo del maricón (o del homosexual) no es tanto la atracción, el deseo, sino el gesto que mimetiza los rasgos femeninos. Puede darse en hombres perfectamente “heterosexuales” (acepto provisionalmente el término absurdo). No se vea ninguna ofensa en ese comportamiento.
 
Don Julio se sigue lamentando de que mis escritos aparezcan “contaminados” por mis “ideas políticas o afinidades”. ¿Por qué “contaminados”? Ese es un juicio subjetivísimo, don Julio. ¿Podríamos poner “sazonados”?
 
Asegura don Julio que, apasionado él de la etimología, “no le gusta demasiado leer [mis] artículos”. Pues no los lea, hombre; no hay ninguna obligación. Yo sí he leído con gusto el suyo.
 
Por una vez tengo que guardar el anonimato de mi comunicante, pues así me lo pide. Lo llamaré Billy. Entiende nuestro hombre (con perdón) que el término maricón se deriva de maría o marica que es como llamaban a las urracas, ave molesta, parlanchina y presumida. Es decir, maricón es una palabra ultrajante. También lo es, para Billy, el de homosexual, porque se asocia a una enfermedad. Gay también fue un insulto ─sigue Billy─ pero “los anglosajones, supieron darle la vuelta a la tortilla y hacer de él un término aceptable y positivo”. Él también le da la vuelta a maricón y acaba gustándole el apelativo: “¡Vivan los maricones!”, dicho “desde mi condición de maricón, asumida y vivida con tranquilidad”. Aunque opino que la tranquilidad completa sería que no pidiera ocultar su nombre. Termina: “Mil veces me siento más cerca de la prostituta despreciada, o de aquellos que eligen vivir aparte de la sociedad, que de estos Zerolos que andan besándose en las cámaras [de televisión] y acaparando unos derechos sin deberes que no les corresponden […] Agradezco al español, a nuestra lengua común, que, por extraños caminos ha venido a llamar a los de mi condición con el nombre de la Madre de Dios”. Se agradece la sinceridad y la gracia.
 
Gustavo Laterza (Asunción, Paraguay) entiende que a muchos les moleste la palabra “tortillera”, pero comenta: “el que se molesta, se jode”, en el sentido argentino. En España decimos: el que se pica, ajos come. Don Gustavo aconseja que en esos casos hay que ser máscanchero(= ser más comprensible, tolerante, aguantar las bromas).

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