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Amando de Miguel

Tiempo de letanías políticas

Los hipotéticos gobernantes nos prometen salir de la crisis, crear no sé cuántos cientos de miles de empleos, todo tipo de subvenciones y ayudas, etc. Letanías.

Estraga esta perpetua campaña electoral. Se diseñó para formar Gobierno de la forma más expeditiva y menos costosa posible. No cumple tal misión y no se exige ninguna responsabilidad por ello. En su lugar, nos inunda de declaraciones de los políticos, a cuál más inane, repetitiva y cansina. Llaman "debates" a las solemnes deposiciones de simplezas delante de las cámaras, con corbata o sin ella. Por ejemplo, todos los actores se comprometen a reducir el paro y a aumentar la felicidad de los españoles.

Una de las letanías (ahora dicen "mantras") más repetidas es que aspiran a "que gobierne la fuerza más votada". Con un principio así subió al poder Adolfo Hitler. Simplemente, sus adversarios se fueron disgregando.

Puesto que son muchos los contendientes, los del PP piensan que van a tener más papeletas que los socialistas. Lo mismo esperan los de Podemos más o menos unidos. Los de C´s calculan que con la adición de unos u otros superarán al resto. Sueños de una noche de verano.

Otro estribillo reiterado es que a los políticos no les interesan los sillones. Lo contrario parece más cierto. Los sillones resultan imprescindibles para colmar sus deseos de nombrar a otros muchos cargos, asesores y edecanes, naturalmente, a costa del erario.

Lo de "la fuerza más votada para formar Gobierno" es una fórmula que vale para un sistema bipartidista, que ya no tenemos. Lo nuestro es ahora el abigarramiento de múltiples formaciones. Una virtual, que pasa inadvertida, es la suma de votos nulos, en blanco o no votos. Representa seguramente un conjunto muy numeroso, acaso más que en ninguno de los comicios anteriores. Puede que supere al resultado del partido con más papeletas, sobre todo si calculamos el porcentaje respecto del total del censo electoral.

Lo que resulta imposible de calcular es cuántos votos son los desanimados, esto es, los que se depositan como mal menor o porque a alguien hay que votar, pero sin entusiasmo.

Se supone que el que no vota o vota nulo o en blanco no entra en el cómputo del reparto de escaños. Son las reglas del juego. Pero cuando ese cómputo supone una cantidad apreciable, empieza a ser dudosa la legitimidad democrática del ganador.

También se pierde mucha legitimidad si los contendientes no logran formar Gobierno (por segunda vez, además) y tenemos que ir a unas terceras elecciones. Sería el ludibrio del bodrio del manubrio.

Aun suponiendo el feliz desenlace de que se formara Gobierno, tendría que ser con la coalición de dos partidos; puede que de tres. Su destino sería la inestabilidad. Es decir, volveríamos a la casilla de salida.

Para conjurar tales males, los hipotéticos gobernantes nos prometen salir de la crisis, crear no sé cuántos cientos de miles de empleos, todo tipo de subvenciones y ayudas, bajar los impuestos, etc. Letanías.

En España

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