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Amando de Miguel

Una enfermedad sin nombre

A diferencia de otras muchas enfermedades, el cáncer conserva el sello del estigma.

Una estadística de estos días nos ha dejado sin aliento. No se ha comentado mucho, a pesar de que nos preocupe. El hecho es este: los casos de cáncer están aumentando en España mucho más de lo que se había previsto. Los expertos recitan la letanía de causas: tabaco, alcohol, sobrepeso, sedentarismo. No me convencen. Las personas de mediana edad en España consumen ahora menos tabaco y alcohol y hacen más ejercicio físico. Es posible que hayan aumentado de peso, pero tal circunstancia no me parece decisiva. Mi médico particular me sugiere que la causa principal de esta epidemia de cáncer se debe a que vivimos rodeados cada vez más de invisibles ondas electromagnéticas. No hay más que ver el espectáculo callejero de los españoles pegados al móvil. De momento es algo imposible de evitar. Al igual que los tuberculosos de antes se aislaban en sanatorios de montaña, habrá que aconsejar a las personas maduras que vivan en un entorno natural, siempre que sea posible.

Mi experiencia me dice que la verdadera causa del reciente ascenso de la incidencia del cáncer se encuentra en las relaciones personales, que son cada vez más conflictivas. Me refiero sobre todo a las relaciones entre personas cercanas: familiares, cónyuges, equipos de trabajo, amigos, vecinos. El hecho es fácil de observar, aunque se resiste a una explicación convincente. Quizá influyan los nuevos valores y sentimientos que ahora prevalecen: persecución del éxito a toda costa, hedonismo, individualismo, envidia. El cáncer viene a ser muchas veces la respuesta de una persona frustrada, dolida.

A diferencia de otras muchas enfermedades, el cáncer conserva el sello del estigma. La prueba es que la gente se inhibe incluso de mencionar la palabra cáncer, cosa que sucede incluso en los informes médicos, llenos de siglas raras, usualmente con tres letras. Quien sufre de la maldita dolencia se encuentra con la sorpresa de que sus amigos y parientes no se atreven a mencionarla. A veces reaccionan con el comentario de "te veo con buen aspecto", que no deja de ser un piadoso deseo y un escapismo. Todo muy humano.

En el pasado hubo otras dolencias con un estigma parecido: lepra, peste, tuberculosis, sida, etc. En el cáncer subsiste por la sospecha de que su incidencia recae sobre algunas conductas de riesgo. El tabaco y el alcohol son las típicas. Se supone, por tanto, que el enfermo de cáncer alguna culpa debe de tener. Es una reacción inmisericorde.

La sociedad organizada luchacontra el cáncer de modo más decidido y con más medios que respecto a cualquier otra enfermedad. Cierto es que se ha conseguido que no sea ya una enfermedad incurable como en el pasado, pero el estigma continúa. Los científicos todavía no saben bien por qué de repente algunas células se resisten a morir y se reproducen obsesivamente. Esa es la sustancia del tumor maligno, aunque se manifieste luego de muchas formas. Otro asunto es que las pruebas y las terapias son cada vez más caras.Ya me he referido a ello en otra ocasión. No es menor paradoja que muchas de esas operaciones suponen la exposición a una desusada intensidad de ondas electromagnéticas.

En esto como en todo lo mejor es llamar a las cosas por su nombre. En lugar de acrónimos misteriosos, palabras que se entiendan. Sobre todo, hay que procurar la eliminación del estigma por el que el enfermo aparece veladamente como el culpable.

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