Hace apenas un mes la directiva del Celta de Vigo estaba exultante. El equipo se había clasificado para la Champions, tras varias temporadas de quedarse a las puertas. Más importante, el proyecto de un nuevo campo en Balaídos estaba a punto de ser aprobado. Culminaba así un esfuerzo de años negociando una operación urbanística –un clásico pelotazo– que implicaría la construcción de un nuevo estadio municipal, y un centro comercial adyacente participado por el Celta. El equipo conseguiría un campo moderno y unos ingresos fijos no sujetos a las siempre impredecibles rachas de sus delanteros. El futuro del Celta parecía garantizado.
Ocurre sin embargo que el barrio vigués de Balaídos no es sólo sede del estadio del Celta. Junto a él se halla una de las fábricas más importantes de España, la de Citröen. Y hace poco, por sorpresa, el director de Citröen afirmó que el proyectado centro comercial colapsaría el acceso a la fábrica; si se hacía no podía garantizar que la factoría siguiera en Vigo. El pánico se adueñó de la ciudad. 9.000 personas trabajan en esa fábrica. Otras 10.000 lo hacen en la industria auxiliar. Y es que el automóvil supone nada menos que el 20% del PIB gallego, muy por encima del turismo y de la pesca.
El presidente del Celta trató de convencer a todos de que los temores de Citröen eran infundados, pero en vano. El delegado de la Zona Franca de Vigo resumió el sentir general afirmando que “primero el pan, después el circo”. Y ahora el dueño del circo se ve con un estadio herrumbroso, sin pelotazo que financie la construcción de otro y sin los ingresos fijos que el centro comercial le iba a proporcionar. La Champions puede ser el canto del cisne del Celta.
Sin embargo, no le falta razón al club cuando reclama un trato especial por parte del ayuntamiento de Vigo. Al fin y al cabo, hablamos de una ciudad de 300.000 habitantes, que no aparece ni en los mapas del tiempo ni en las señales de carretera. Su presencia en los informativos nacionales se reduce a la sección de sucesos... y al Celta. El ayuntamiento trató de comprar atención mediática subvencionando los premios Max de teatro, que apenas tuvieron repercusión. En cambio, cuando la Real Sociedad se jugó la liga en Vigo, 9000 donostiarras llenaron los hoteles y restaurantes de la ciudad y todos los informativos de España conectaron en directo para captar el ambiente. No hablamos, por tanto, únicamente de los vínculos afectivos entre una ciudad y su equipo de fútbol. Hablamos también de cosas (presencia mediática, name recognition) que tienen un valor monetario.
A todo esto, el estadio está obsoleto y requiere de reformas urgentes para adaptarse a la Champions. El convenio entre club y ayuntamiento no aclara quién ha de pagarlas. Y la nueva concejala de deportes, quien nunca ha tenido interés por el tema –la buena mujer no tuvo suerte en el reparto de cargos corporativos–, ha dicho que el concejo no tiene un duro. Los 150.000 euros que, según sus cálculos, cuestan las obras los ha de aportar el Celta. La directiva del club, ofendida, se niega a hacerlo. Amenaza con jugar la Champions en un estadio cercano, en Oporto, Braga u, ¡horror de los horrores¡, La Coruña. Las partes en conflicto mantienen el pulso. ¿Quién se rajará antes?
En Deportes
0
comentarios
Servicios
- Radarbot
- Libro