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Andrés Freire

La conversión de Powell (una hipótesis)

La anécdota es ya merecidamente famosa. Madeleine Albright, en sus tiempos de embajadora americana ante la ONU, procuraba convencer a Colin Powell, presidente entonces de la junta de jefes del estado mayor, de que aceptaran llevar tropas a Bosnia. Ante las reticencias con las que topaba, la aborrecible Albright le espetó a Powell:

— ¿Para qué el soberbio ejército del que siempre estáis hablando, si no lo podemos usar?

“Pensé que me iba a dar un aneurisma”, recordó más tarde Powell en sus memorias. “Los militares americanos no son soldados de juguete disponibles para mover como peones en una suerte de gran juego global”.

La historia tiene su moraleja: la aversión profunda de Powell, compartida con la jerarquía militar, hacia las maquinaciones geoestratégicas de altos cargos civiles sin experiencia en combate. Explica también las fieras luchas burocráticas de Powell, apoyado por importantes generales retirados, contra el eje Cheney-Rumsfeld-Wolfowitz, con el fin de evitar la guerra en Irak.

Sin embargo, en las últimas semanas, para desesperación de políticos europeos, la paloma Powell se ha tornado de súbito en halcón. Los motivos que se aducen para esta conversión son varios: Las pruebas que han encontrado los inspectores también le han convencido a él y Bush se ha decidido por la guerra. Y Powell, militar disciplinado, quiere seguir en la cadena de mando.

El Daily Telegraph, un periódico con buenas fuentes en Washington y Londres, nos da un detalle interesante: La conversión tuvo lugar mientras escuchaba al ministro francés Dominique de Villepin en la reciente sesión sobre terrorismo en la ONU. De Villepin abandonó entonces la ambigüedad calculada y afirmó, tras escuchar a Colin Powell, que “nada justificaba la acción militar contra Irak”. Powell quedó “lívido” y se sintió traicionado, incluso humillado, por los franceses. A partir de ese día, el secretario de estado pasó a ser un defensor de la línea dura.

Es fácil de entender lo duro que es para Powell escuchar los hipócritas sermones de un francés engolado y elegantón, pero no creemos que eso sea un casus belli. Permítanme aventurar una hipótesis alternativa para esa ira de Powell y su conversión en halcón: Colin Powell se estaba dando cuenta de que la posición que tomaba Francia anulaba todos sus esfuerzos por evitar la guerra.

Me explico: Colin Powell, tras meses de luchas con la facción pro-guerra en Washington, había conseguido que el presidente Bush acudiera a la ONU antes de atacar Irak. El camino emprendido por Powell, si exitoso, acabaría con la imposición a Sadam Hussein de unas condiciones tan humillantes que socavarían un régimen ya completamente deslegitimado ante su propia población. Podría entonces presumir de que, gracias al liderazgo de Estados Unidos, la comunidad internacional había alcanzado la más alta de las victorias, aquella en la que el enemigo se rinde sin necesidad de un solo disparo. El propio Powell, obviamente, sería el gran héroe de esa función.

A partir del claro posicionamiento de Francia, el desenlace deseado por Powell se convierte en imposible. El camino de la ONU pasa a ser el camino francés. Y un desenlace que no incluya guerra parecerá resultado, no de la estrategia de Estados Unidos, sino de la presión mundial, liderada por los franceses, sobre los arrogantes americanos. Por consiguiente, esa solución implicaría una grave derrota estratégica para Estados Unidos, quienes verían mermada su credibilidad como hiperpotencia autosuficiente. Algo que en Washington, ni halcones ni palomas están dispuestos a aceptar. Harán la guerra en Irak, aunque sólo sea para demostrar que están en condiciones de hacer la guerra en Irak.

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