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Andrés Freire

Periodistas encamados

Esta guerra, ya es un tópico afirmarlo, se está luchando tanto en el frente de la batalla como en la retaguardia de la información. En este aspecto, quizás no se ha resaltado suficientemente lo novedoso de los “informadores encamados” (embedded reporters) que están acompañando a las fuerzas de la coalición. Los periodistas han vuelto a la batalla con los soldados, tras haber sido expulsados de ella desde Vietnam. Ello cambia mucho la calidad del flujo informativo con respecto a la primera guerra del golfo o a Kosovo.

Es sin duda un golpe de audacia por parte de la Casa Blanca el haber aceptado a periodistas acompañando a las tropas. Fue una idea de Victoria Clarke, la responsable de comunicación de Bush quien convenció a Rumsfeld, siempre atento a las ideas futuristas, de que ésta la mejor forma de acercar de verdad a la prensa y a los militares. La forma en que se había tratado a los informantes en la primera guerra del golfo –todos juntos, protegidos y guiados por los militares– había generado malestar duradero y desconfianza.

Por supuesto, los críticos han denunciado la nueva argucia del Pentágono. Todas las crónicas son depuradas previamente. Los cronistas que no sigan las normas son expulsados. Además, periodistas y militares crean entre ellos lazos de simpatía y dependencia –una suerte de síndrome de Estocolmo– que acaba convirtiendo a la prensa en partisana.

Todo ello es cierto, pero ¿y qué? Las crónicas que llegan del frente están sujetas a unos requisitos que el lector inteligente conoce de antemano, pero no convierten en verdad lo que es mentira. Que la ciudad x, por ejemplo, ha sido conquistada por completo. Cada vez que se han hecho esas afirmaciones, han sido pronto desmentidas. Los militares tienen además testigos de sus actos que volverán de la batalla un día para contarnos con más detalle y morbo todo lo que han visto. Los más de ellos, no lo duden, escribirán su libro.

Con todo, nos queda la duda de si la decisión de incorporar periodistas fue aceptada a causa de las previsiones de que no iba a haber una guerra real, sino un paseo militar con esporádicos focos de resistencia. Muchas de las crónicas que llegan del frente –a pesar de los controles y la censura– no reconfortan al lector, sino lo intranquilizan. El periodista de la BBC que cuenta cómo uno de los soldados le dice, a la semana de marcha, que “ya ha tenido bastante de ser tiroteado por todas partes. Quiero irme a casa”. O Mercedes Gallego, que viaja con los marines para el ABC, Correo y Tele5, e insinúa que entre los marines de su unidad sospechan que el número de bajas aliadas, tal como bastantes creen, es más alto del admitido oficialmente. Y tampoco aporta optimismo la imagen transmitida el pasado viernes por Oliver North, que viaja en la vanguardia de sus queridos marines para solaz de los telespectadores de la Fox News de Ruppert Murdoch. Apareció ante América sucio, exhausto y débil.

El Pentágono insiste que las dudas que suscitadas por los periodistas encamados, y que reverberan en las ruedas de prensa en Washington y Doha, son producto de la inexperiencia de los enviados especiales, acostumbrados a considerar la guerra un videojuego. La necesidad de llenar huecos durante 24 horas de información diaria hace el resto. El pueblo no tiene hoy paciencia ni para las guerras.

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