Menú
Andrés Freire

Sobre Guerra y Propaganda

No hay guerra sin propaganda. Ya el tirano ateniense Pisístrato (VI a.C), al ordenar la recopilación de los cantos de la Ilíada, modificó una referencia a la isla de Salamina, entonces en disputa, para que así pareciera que pertenecía a Atenas desde el inicio de los tiempos. Sin embargo, el uso científico y sistemático de las técnicas de persuasión y manipulación corresponde a nuestros tiempos, al mundo nacido con la primera guerra mundial. La intervención americana en esta guerra no había sido apoyada por una opinión pública, que, por tradición, detestaba a los británicos y rechazaba de plano involucrarse en la vieja política europea. Por medio de insistentes y demoledoras campañas de propaganda, organizadas a través de la Comisión Creel, la opinión pública mudó su postura y apoyó entusiasta la guerra. Entre las mentiras que entonces se contaron, ya es leyenda el relato de cómo los hunos (así llamaban a los alemanes) mataban a bebés belgas con bayonetas.

Estas técnicas de persuasión fueron perfeccionadas en los años veinte gracias a su aplicación al consumo de masas. De ahí las estudió Goebbels, un burdo aprendiz comparado con los anglosajones. La crisis de la comunicación bélica vino con la guerra de Vietnam, durante la cual los televidentes americanos pudieron contemplar, sin censuras, los horrores del conflicto. Tras la derrota, el Pentágono concluyó que, en las guerras modernas, era una exigencia estratégica el control total del flujo informativo que recibían sus ciudadanos.

Ello se pudo comprobar en la guerra del Golfo, durante la cual el secretario de defensa, Dick Cheney, sentó las bases de futuras campañas de comunicación. Aquí el horror en el interior fue provocado por una enfermera kuwaití que relató cómo los irakíes habían sacado a los niños de la incubadora para enviar los aparatos a su país. Más tarde se supo que la historia era falsa y la supuesta enfermera era hija del embajador de Kuwait.

En el frente, Cheney agrupó a los periodistas en pools guiados por personal especializado que los llevaba sólo a donde le interesaba al ejército. Muy importantes fueron las ruedas de prensa diarias. Por primera vez, el Pentágono se pudo dirigir a la opinión pública sin necesidad de mediación periodística. Las imágenes ya editadas de bombas teledirigidas destruyendo limpiamente sus objetivos encantaron tanto a las televisiones como a los televidentes. Provocaban además una imagen aséptica de la guerra. Meses después se descubrió que ésta no había sido así, pero ya no importaba.

Estas cosas las tenemos en mente cuando leemos hoy noticias acerca de Irak. Y más cuando sabemos que Richard Perle, que se ganó el alias de Príncipe de las Tinieblas en sus tiempos de estratega nuclear para Ronald Reagan, es quien lidera la facción pro guerra de Estados Unidos. El mismo Kissinger se admiraba de sus “proezas manipulatorias” (Diplomacia, p.1.109). Conviene, pues, desarrollar un sano escepticismo ante el periódico.

En Internacional

    0
    comentarios