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Aníbal Romero

Castro y la "revolución" venezolana

En ninguna parte del mundo reciben hoy día a Fidel Castro como en la Venezuela de Hugo Chávez. El caudillo venezolano siente hacia el dictador cubano una admiración cercana a la idolatría, y no lo oculta. Castro, para Chávez, es un héroe. La mayoría de los venezolanos, confundidos y atónitos, nos preguntamos por qué, cuáles son los logros y conquistas que hacen a Castro merecedor de los ditirámbicos elogios y atenciones que sobre su persona arroja Chávez, pero no tenemos respuesta. Ahora bien, esta visita de Castro a Venezuela ha sido muy distinta a la que hizo al Chile de Allende. Para empezar, no le regaló una metralleta al presidente venezolano. En sus discursos en Caracas y otros sitios, en medio de la inevitable apología del autoritarismo, el tirano habanero admitió la victoria de la economía de mercado, y hasta se atrevió a aconsejar a su discípulo que no se convierta en una especie de alcalde, ocupado de resolver infinidad de problemas pequeños, sino que entienda que su oficio es el de gobernar un país.

Estoy convencido de que Castro, a pesar de su abominable carrera, es un político sagaz y con cierto sentido de la realidad. Para él, en esta etapa final de su vida, las cartas están echadas. La revolución cubana es un patético e inocultable fracaso, que sobrevive gracias al capitalismo turístico. El cruel sacrificio de tres generaciones ha devenido en la prostitución y el desencanto generalizados de una sociedad empobrecida y oprimida. A Castro le interesa salvaguardar unos gramos de dignidad de este naufragio, y para ello requiere la ayuda de Washington. Ya Castro no sueña con un Vietnam latinoamericano, sino con un Miami (el exilio cubano) moderado y controlado por Washington, una vez que se produzca el fin inevitable de su mando. De allí que Castro, en Venezuela, no haya repetido sus errores de Chile. Con un Allende muerto es suficiente. Chávez sirve para otras cosas: petróleo barato, retórica populista, un poco de diversión en el béisbol.

Los que nada ganamos somos los venezolanos. La visita de Castro ha puesto de manifiesto de manera evidente y lamentable la enorme irresponsabilidad, confusión y disparatado rumbo de nuestro líder "revolucionario". Chávez avanza, pero no sabe hacia dónde. Habla, habla, habla de modo incesante y desgastador, compromete al país en proyectos sin destino, provoca a Washington, reúne a los árabes, antagoniza a Israel, amenaza con el petróleo, se junta con Gaddafi y Saddam Hussein, respalda a Fujimori, coquetea con las guerrillas colombianas, se opone al "Plan Colombia", y de esta inmensa polvareda no queda nada en concreto excepto un derroche inútil de energías, y una nación que prosigue su camino descendente hacia un abismo de pobreza y desilusión.

Hasta hace unos meses, algunos temían que la "fórmula Chávez", de populismo radicalizante y militarizado, sería imitada en el resto de América Latina. Eso no ha ocurrido. Los principales países del área toman otros senderos, y se ocupan de prosperar en democracia. La bochornosa experiencia fujimorista se aproxima a su triste final. Entretanto, Colombia empieza a reaccionar frente a la mortal amenaza que la corroe. Chávez y Venezuela son la excepción. Impulsado por sus perjuicios, su izquierdismo de los años 60, su complejo de inferioridad anti-yanqui, su desprecio hacia lo civil y su apego al mundo militar, Chávez marcha convencido de su infalibilidad hacia una tragedia, compuesta de resentimientos y objetivos mal definidos.

Todo esto está pasando, hasta ahora, en medio de la indiferencia de Washington, y de la mirada condescendiente y relativamente despreocupada del resto de América Latina y el mundo. Por un tiempo, muchos pensamos que Chávez estaba guiado por una ideología coherente y un plan bien diseñado. En realidad, Chávez es un hombre confundido al que mueven los odios. Está nadando contra la corriente con la fiereza de un ciego enardecido. Contra la democracia representativa, contra los mercados, contra un fantasmagórico "neoliberalismo salvaje" al que hasta Fidel Castro ha dejado de mencionar. Ni siquiera el líder cubano se interesa ya a estas alturas en la "revolución" chavista; su verdadero interés está en el petróleo venezolano. Sólo Hugo Chávez, y los izquierdistas y oportunistas que le hacen coro, creen en esa "revolución". Lamentablemente, tienen el poder, y lo ejercerán hasta el fin. Será, no me cabe duda, un fin trágico para la infortunada patria de Bolívar.

© AIPE

Aníbal Romero es profesor de ciencia política en la Universidad Simón Bolívar de Caracas.

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