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Aníbal Romero

Chávez: no fue el azar

Lo realmente distinto no ha sido Chávez, sino los cuarenta años previos de República civil, que evidentemente también tuvo sus fallas y limitaciones.

Lo realmente distinto no ha sido Chávez, sino los cuarenta años previos de República civil, que evidentemente también tuvo sus fallas y limitaciones.

Todavía cabe preguntarse: ¿qué llevó a Hugo Chávez, que llegó al poder en medio del miope entusiasmo de tantos, a sembrar Venezuela de dolor, miedo y desencanto? ¿Qué recónditos abismos del alma le condujeron a colocar los intereses y recursos del país al servicio del despotismo castrista, vinculando nuestro destino al de la más patente desilusión en la historia moderna de América Latina, es decir, la Revolución Cubana? ¿Qué hizo que un Ejército, el venezolano, que se preciaba de ser "forjador de libertades" haya permitido su subordinación a Cuba, comprometiendo nuestra soberanía de manera tan abyecta e imperdonable?

Si bien es cierto que el fracaso del experimento chavista se hace cada vez más evidente, no comparto las opiniones de un creciente número de comentaristas que, en vista de la decadencia de la revolución, empiezan a interpretar a Chávez y su paso destructivo por la historia como una especie de aberración, como algo extraño a nuestras verdaderas condiciones y aspiraciones como pueblo.

Lo realmente distinto no ha sido Chávez, sino los cuarenta años previos de República civil, que evidentemente también tuvo sus fallas y limitaciones. Chávez no ha sido un azar, sino un fenómeno hondamente enraizado en las palpitaciones colectivas de un pueblo y sus llamadas élites cuya única conexión con el pasado se basa en la exaltación de una epopeya mal explicada y aún peor comprendida e interpretada, así como en la desproporcionada idealización de una figura histórica, la de Simón Bolívar, que ha sido transformada en mucho más que un símbolo de unidad para fungir como clave de todo lo que somos y demiurgo de nuestro porvenir.

¿Cuántos potenciales caudillos, a la manera de Chávez, se encuentran aún en el seno de nuestro estamento militar, a cuyos miembros décadas de adoctrinamiento han convencido de que son los "salvadores de la patria" y los "herederos de Bolívar", y a quienes en los últimos catorce años se ha sometido a la ideología marxista en los institutos educativos de la FAN?

El mesianismo, que tanto daño hace a nuestra existencia política, no se reduce al ámbito castrense. Hay que recordar nuestra política exterior bajo los Gobiernos democráticos, y nuestra recurrente tendencia a creernos un gran poder, con pretensiones de cambiar el mundo a nuestra imagen, de establecer la "justicia social internacional", un "nuevo orden económico mundial" y un "mundo multipolar". En tal sentido, en lo que se refiere a la presunción de sus objetivos y al desequilibrio de sus ambiciones, los disparates de Chávez en materia de política exterior forman parte de una tradición también profundamente ligada al pálpito mesiánico de nuestra vida colectiva.

Se habla de que ahora hay un camino. Todo indica que el candidato democrático ofrece una esperanza diferente. Una férrea modestia anima su discurso; una fuerza tranquila, de la que habló una vez Mitterrand en Francia, impulsa sus esfuerzos.

Se trata de algo nuevo en un escenario acostumbrado a la altisonancia vacía, a la arrogancia inútil, a la gesticulación agobiante. Una nueva Venezuela requerirá de muchos cambios, pero ciertamente no necesita otro mesías.


© Diario de América

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