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Aníbal Romero

Entre Kant y el abismo

La crisis política venezolana, generada por el delirio revolucionario, todavía no ha caído plenamente al fondo del abismo, aunque se encuentra en camino de hacerlo. La esencia del problema es la incapacidad, por parte de quienes pretenden llevar a cabo una revolución, de entender que la democracia exige compromiso, y una concepción de la política sustentada en la coexistencia pacífica entre adversarios. Una revolución, por el contrario, demanda la aniquilación del oponente. La política democrática implica admitir límites infranqueables. La revolución impulsa la dinámica política a la guerra civil, a la ruptura de todo límite, a la imposición de la "verdad" suprema a costa de una descarnada violencia.

Pero incluso en la guerra es posible contenerse. Kant afirmaba que "En la guerra no se deben cometer actos que hagan por completo imposible una reconciliación ulterior". La revolución bolivariana ha realizado acciones que complican extraordinariamente la alternativa de una recomposición democrática de nuestra sociedad en el futuro, en lo que se refiere a la incorporación de los "revolucionarios" a una comunidad política capaz de vivir en paz, dirimiendo negociadamente sus conflictos. Los crímenes, las canalladas y los sistemáticos esfuerzos por imponer un esquema de autoritarismo oscurecen el horizonte, y colocan a Chávez y sus seguidores ante un casi inevitable y seguramente severo juicio histórico.

No obstante, todavía pareciera que no es del todo imposible una reconciliación ulterior de nuestra sociedad, en la medida que el presidente y sus seguidores no se hundan más en el pantano de la degradación ética y el deterioro canallesco del régimen. Mas están bordeando peligrosamente los límites. Dos situaciones lo indican de manera inequívoca: el atentado contra la periodista Marta Colomina y la cada día más abierta intervención cubana en nuestros asuntos internos. El primer hecho coloca al gobierno de Chávez frente a un nuevo panorama, que sugiere que ya están transgrediendo una clara raya de tiza pintada en el piso, una raya que adquiere trascendental importancia: se trata de la raya de tiza que separa lo indigno de lo imperdonable.

En cuanto a la creciente intervención de la tiranía castrista en nuestros asuntos internos, mediante la figura de los "voluntarios" alfabetizadores (ya usada, con estruendoso fracaso y serias consecuencias para Castro, en Nicaragua, Grenada, Chile y varios países del Africa), cabe preguntarse si el presidente, el vicepresidente, el canciller, otros altos funcionarios civiles, y los jefes militares que permiten esta situación se percatan de que están acumulando las páginas de un expediente que hará imperativo, en su momento, juzgarles por traición a la Patria. No estamos ya hablando de las presuntas travesuras de un Jefe de Estado pintoresco, que gusta escandalizar a sus colegas con imposturas en reuniones intrascendentes; ni de los cínicos desplantes de un vicepresidente que evolucionó del humanismo al caradurismo; ni de las lamentables elaboraciones filosófico-históricas de un canciller acosado por sus fantasmas personales. Tampoco hablamos del patético desempeño de los militares que han logrado que la ciudadanía ahora ría cuando escucha aquello de "Ejército venezolano, forjador de libertades..." No; estamos hablando de traición a la Patria.

Y volvemos a Kant y al sentido de los límites. Llega un punto en todo proceso "revolucionario", aún en uno tan extravagante, inútil y dañino para los espíritus como el venezolano, en que ese asunto ético clave adquiere insoslayable validez y vigencia. Hablo de ese punto en que el apego a los límites o bien se refuerza y consolida en las conciencias, o bien se pierde definitivamente, arrojando el "proceso" al foso de una irrecuperable decadencia moral y política.

La revolución bolivariana se acerca a ese momento y a ese límite con una mezcla de ceguera y ferocidad, que le empujan al pantano sin que medie una adecuada comprensión de las consecuencias probables que para todos ellos va a arrojar esta dinámica. Decírselos es como predicar ante un desierto. No obstante, para el gobierno la vía de una salida constitucional pronta y oportuna sería una verdadera bendición. Ellos, los revolucionarios, todavía pueden salvarse, aún pueden detenerse al borde del precipicio y tramitar un porvenir en el que su tendencia política coexista con otras, en el marco de una sociedad reconciliada. Mas no lo harán, desafortunadamente. No lo harán porque se impondrá lo irracional, motor central de este tipo de confrontaciones humanas.

© AIPE

Aníbal Romero es profesor de ciencia política en Universidad Simón Bolívar.

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