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Aníbal Romero

La izquierda en el poder

El capitalismo y la democracia representativa no son perfectos, pero han permitido a quienes entienden sus virtudes vivir civilizadamente, y construir amplios espacios para la libertad individual y la prosperidad de millones. No obstante, el ansia utópica de perfección pareciera ser un rasgo irrenunciable de nuestra condición humana. Ello explica que el espejismo socialista se perpetúe, a pesar de las inequívocas y reiteradas muestras de su absoluto fracaso. Dicho en otros términos, mientras existan el capitalismo y la democracia liberal, existirán también quienes les cuestionen en nombre de un ideal tan peligroso como inhumano en sus inevitables y crueles consecuencias prácticas.

El colapso de la Unión Soviética, la caída del muro de Berlín, el patente fracaso de la economía estatizada, la decepción de las revoluciones cubana y nicaragüense —entre otros casos— no han sido suficientes para convencer a un amplio sector de la izquierda latinoamericana sobre el error de aferrarse a su causa perdida. Por el contrario, de nuevo se pone de manifiesto en nuestro continente la "fatal arrogancia" de que hablaba Hayek, la creencia en que la revolución anticapitalista y colectivista suscitará un mundo mejor, y que los fracasos del pasado serán rectificados en nuestro continente, territorio del futuro "hombre nuevo".

Ningún argumento, ninguna evidencia concreta, ningún esfuerzo de persuasión puede convencer a los ya anacrónicos portaestandartes de los desinflados ideales de izquierda de olvidar su pasado y apuntar hacia un porvenir diferente. Los irreductibles se abrazan con mayor fanatismo a los castillos en ruinas del marxismo y el radicalismo, y ahora aseguran tener la fórmula mágica para edificar una "democracia real", la "democracia participativa y protagónica", así como una economía distinta, ni capitalista ni socialista, a la que denominan "humanista", sin que puedan explicar con un mínimo de coherencia y realismo qué significa un disparate semejante.

De hecho, la actual situación venezolana, cada día más tensa y preñada de malos augurios, no puede ser comprendida cabalmente a menos que entendamos que el gobierno de Hugo Chávez es un gobierno de izquierda, que el propio caudillo es un hombre formado en los esquemas ideológicos del tradicional izquierdismo latinoamericano, radicalizado por el guevarismo y un intransigente antiyanquismo, y que se trata de un líder prisionero de esos dogmas y dispuesto a ejecutar su visión "revolucionaria, antioligárquica y antiimperialista" (en sus palabras) a toda costa.

La dificultad para entender esta realidad, es decir, la triste y riesgosa verdad de que Hugo Chávez es un verdadero revolucionario, con una visión atrasada y rígida en términos del izquierdismo tropical de los años 60, es lo que ha generado que muchos observadores y analistas se muestren perplejos y desconcertados ante el proceso venezolano, y no sean capaces de seguir la pista de las aparentes paradojas en la "revolución" chavista. En síntesis, y para despejar dudas: Hugo Chávez es un hombre de izquierda, convencido de sus creencias, y preparado a ejecutar un programa que, si bien a muchos nos luce totalmente fuera de lugar en el siglo XXI, para él constituye una honda convicción y un punto de honor.

De allí que, como hemos venido argumentando desde hace ya dos años, el camino de Venezuela bajo Chávez no conduce a otro destino que el de una creciente violencia social y política, unida a un incesante deterioro económico y al empobrecimiento generalizado de las mayorías. El punto culminante de este rumbo fatídico se plasmará probablemente en una aguda y fratricida confrontación, cuyos crudos y atemorizadores atisbos ya se perciben con claridad en la patria de Bolívar. Esto resulta, sin duda, doloroso, pero no pareciera existir manera de evitarlo, en vista de la decisión de Chávez de cumplir su programa de izquierda, y de la decisión contraria de un sector muy importante de venezolanos, que estamos preparados a enfrentar el designio neomarxista hasta las últimas consecuencias.

© AIPE

Aníbal Romero es profesor de ciencia política en la Universidad Simón Bolívar.

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