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Aníbal Romero

Washington no es un tigre de papel

El indudable y atroz éxito táctico de los terroristas podría convertirse en una severa derrota estratégica. Ello dependerá de la claridad de miras, firmeza de propósitos y capacidad operacional de la respuesta que Washington prepara, y cuyo desarrollo apenas comienza. Si esa respuesta se concentra solamente en objetivos inmediatos, sin un sustento político a largo plazo, los triunfos tácticos podrían también desembocar en un revés estratégico para Estados Unidos.

Los recientes ataques terroristas son resultado directo de la debilidad de la política exterior norteamericana después del fin de la Guerra Fría. En lugar de reforzar los mecanismos de disuasión frente a las nuevas amenazas, que con toda claridad se perfilaban después del derrumbe soviético y el colapso del comunismo, los Estados Unidos adoptaron una línea estratégica pasiva y tolerante, que ha alimentado la ambición, nutrido el odio y estimulado la audacia de todos los enemigos de Occidente.

Haber permitido a Saddam Hussein seguir en el poder fue un error imperdonable. También lo fueron los intentos de Clinton de "castigar" a Osama ben Laden disparando, sin riesgo alguno, misiles a larga distancia contra sus bases, así como el tipo de guerra que las fuerzas norteamericanas ejecutaron en Kosovo: una guerra puramente aérea, basada en la premisa absurda de que se puede ir al combate sin que haya bajas. Con estas y otras acciones (y omisiones), caracterizadas por una timidez suicida, Washington perdió el respeto de sus adversarios. Saddam Hussein, Gadafi, los Ayatolas iraníes, Ben Laden, Castro, Chávez; todos éstos y otros terminaron por convencerse de que Estados Unidos es un tigre de papel.

Un Gran Poder no puede actuar de esa manera. Un Gran Poder, en especial los Estados Unidos, con las responsabilidades que le incumben, tiene que asumir a conciencia la tarea de hacerse respetar, elemento indispensable para que funcione la disuasión. Estoy convencido de que si Washington hubiese completado políticamente la Guerra del Golfo, si hubiese intervenido con tropas especiales contra Bin Laden años atrás, si hubiese demostrado su voluntad de pelear por lo que cree necesario, aceptando los costos que ello implica, otra sería la historia hoy. En tal sentido, los años de Clinton fueron desastrosos, pues si bien fue Bush padre quien dejó en el poder a Saddam Hussein, fue Clinton quien durante ocho largos años desmanteló la resolución político-sicológica y la capacidad de respuesta militar de Estados Unidos. Ocho años de sonrisas inútiles, de patéticos escándalos, de fiestas con estrellas de cine, de irrespeto a los militares, de gravísima erosión de las agencias de inteligencia, de paralizante temor a las bajas, de gobierno por encuestas, de irresponsable complacencia. Las consecuencias están a la vista.

La guerra que ahora empieza, exige visión a largo plazo. El "centro de gravedad" del enemigo no es la persona de Ben Laden, sino la voluntad de lucha de los terroristas. Esa voluntad tiene que ser psicológicamente eliminada, y para ello se requiere de una ofensiva política, diplomática y militar. Hay que definir claramente la victoria, que NO consiste en capturar o liquidar a un individuo o varios, sino en destruir los elementos sustanciales (operativos, políticos y psicológicos) en que se sostiene la actual generación de terroristas, y así impedir que pueda surgir la siguiente, que vendrá armada con armas atómicas, biológicas, y químicas, a menos que se les detenga a tiempo.

Los norteamericanos esperan resultados rápidos de esta guerra. Se equivocan. La lucha será ardua y prolongada, y sus costos muy elevados. El peor error sería confundir al enemigo: no es el "mundo islámico", sino el terrorismo. El proceso de comunicación y acercamiento entre Occidente y el mundo islámico, que ya lleva décadas, debe continuar, en función de la modernización, la libertad y la democracia. El enemigo es el terrorismo y el fundamentalismo fanatizados. No es imposible derrotarles. Se requiere decisión para prevalecer a toda costa, paciencia y lucidez sobre la naturaleza del desafío. Si estas cualidades faltan, los triunfos tácticos serán insuficientes y se abrirán las puertas de una derrota estratégica.

©AIPE
Aníbal Romero es profesor de ciencia política en la Universidad Simón Bolívar de Caracas.

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