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Antonio Golmar

Terrorismo sostenible

"¿Cómo vamos a colaborar con el islam si ellos nos cooperan con nosotros?" "¿A qué viene eso de terrorismo yihadista radical?, ¿acaso existe el yihadismo moderado?" Así reaccionaron algunos participantes extranjeros al sinuoso discurso de Antonio Camacho.

La ventaja del doble lenguaje es que uno puede dirigirse a varios tipos de audiencias a la vez y decirle a cada una lo que desea escuchar. El inconveniente es que la gente no es tan tonta como parece. Es aconsejable evitar las preguntas, no vaya a ser que algún listo ponga el dedo en la llaga y entonces el cuidado castillo de naipes conceptual se venga abajo con más estrépito que las torres gemelas.

Algo así le ocurrió a Antonio Camacho, secretario de Estado de Seguridad del Gobierno de España e invitado a la sesión pública de la conferencia a puerta cerrada sobre radicalismo islámico y contraterrorismo en África celebrada la semana pasada en Madrid. "Pensé que hablarían de terrorismo, pero al final todo ha sido pobreza y opresión." "Culpan a la pobreza y al mismo tiempo quieren que sigamos financiando a los dictadores que la crean." "¿Cómo vamos a colaborar con el islam si ellos nos cooperan con nosotros?" "¿A qué viene eso de terrorismo yihadista radical?, ¿acaso existe el yihadismo moderado?" Así reaccionaron algunos participantes extranjeros al sinuoso discurso del político español, que aun siendo más realista que las manifestaciones de su jefe, el presidente Zapatero, sigue rehén de esa extraña corrección política consistente en preguntarse qué habremos hecho nosotros para merecernos las bombas y cómo deberíamos hacernos perdonar.

Camacho reconoce que "África es el origen de muchas amenazas para la seguridad de Europa" y advierte de que Al-Qaeda se extiende por el sur del continente. Debemos estar atentos a la conversión al islam y posterior radicalización de algunos europeos. Hay que perseguir la financiación de las redes criminales y aumentar la cooperación con los países de origen de los terroristas. Hasta aquí todo bien. Sin embargo, el secretario de Estado dijo otras cosas que sorprendieron por su aparente ingenuidad, un candor que se parece mucho a la hipocresía.

Así, el énfasis en la creación de "instituciones fuertes" en África mediante la entrega masiva de fondos a los gobernantes de ese continente, cuando son precisamente ellos quienes se han encargado de destruirlas, parece un sinsentido. Luchar contra la pobreza y la injusticia, causas únicas del terrorismo según la ortodoxia progre, pasa por proporcionar al pueblo los medios para superarlas. En cambio, el Gobierno prefiere repartir limosnas a la clase dirigente de esos países. Ni una palabra sobre acuerdos comerciales, inversiones productivas, etc. No se acaba con la corrupción subvencionando a los corruptos, sino ayudando a sus víctimas.

A todo esto más la "colaboración con el islam para acabar con las percepciones injustas" le llama Camacho "seguridad sostenible", una estrategia consistente en combatir las causas del terrorismo y respetar y promocionar los derechos humanos. Pero ¿qué ocurre si las causas son otras? Además, ¿cómo defender los derechos humanos si al mismo tiempo fortalecemos a quienes menos los respetan?

El turno de preguntas sirvió para aclarar las cosas. El País se interesa por la suerte de los sospechosos entregados a Marruecos que una vez allí desaparecen de la faz de la tierra. Público pregunta por la asistencia española a las operaciones militares norteamericanas realizadas en suelo somalí. La SER se hace eco de la denuncia del endurecimiento de la política de Mauritania por la presión española. Fuego amigo frente al que Camacho opta por la negación. No hay nada de eso, porque nosotros sólo nos dedicamos a la seguridad sostenible.

No hay nada que objetar a una política antiterrorista activa basada en la prevención de riesgos y en la actuación directa o indirecta sobre el terreno. A veces esto conlleva pujar contra Bin Laden y otras malas hierbas en el mercado internacional del soborno, para que así algunos dictadores y tiranos hagan el trabajo sucio por nosotros y no por el Gobierno saudí, que no es precisamente un paria de la tierra. El realismo político produce extraños compañeros de cama a los que conviene llamar por su verdadero nombre sin recurrir a monsergas ni conceptos vacíos. Como se preguntaba la gran Verónica Forqué en aquella inolvidable comedia golfa de Manuel Gómez Pereira, ¿Por qué lo llaman amor cuando quieren decir sexo?

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