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Hace ya algunos años dejó de ser realidad, si es que alguna vez lo fue, la creencia popular de que "el secreto mejor guardado del mundo es la fórmula de la Coca-Cola". En el terreno de las empresas privadas, Microsoft dispone de una información que puede ser deseada por muchas más personas: el código fuente de Windows. La programación del sistema operativo más utilizado del mundo es algo que la compañía de Gates ha guardado para sí durante mucho tiempo, en la creencia de que esto le permitiría seguir dominando el mercado informático mundial sin que nadie pudiera hacerle sombra. Sin embargo, precisamente ese secretismo se ha convertido en uno de los puntos débiles de su estrategia.

Cada vez más estados y administraciones públicas de menor entidad están dejando de lado Windows para pasarse a Linux. Uno de los motivos es el precio de las licencias del software propietario. El otro es la seguridad. Para enfrentarse a la segunda cuestión, Microsoft defendió la superioridad de sus productos en esta materia, e incluso llegó a financiar informes aparentemente independientes en los que se trataba de convencer al Departamento de Defensa de EEUU de que el software libre es más vulnerable que el suyo. La compañía de Gates decía que al conocerse el código fuente de Linux y las herramientas diseñadas para funcionar sobre este sistema, es más fácil investigarlo en busca de fallos. El argumento era falso, como demuestra la última oferta de la empresa a gobiernos y organizaciones internacionales.

Microsoft dice ahora que, al conocer el código fuente, los estados podrán modificar Windows para mejorar su seguridad como crean necesario. Dicho de otro modo, quiere que hagan con su producto algo que siempre ha sido posible con Linux y que era el principal argumento de quienes defendían el sistema operativo de software libre.

Con esta medida, la empresa de Gates ha dado un paso bastante inteligente, pero tal vez no haya medido las consecuencias que puede llegar a tener (quizás lo haya hecho pero no quiere reconocerlo). El código de Windows es una golosina demasiado deseada. Por mucho que los estados se comprometan a no desvelarlo a terceros siempre habrá filtraciones. Más de un funcionario, de cualquier país, que tenga acceso a esa información se verá tentado a filtrarlo a alguna compañía rival del gigante del software o a hacerla pública en la Red. Antes o después, alguno lo hará. En ese momento, el secreto mejor guardado del mundo informático dejará de serlo. Puede ser el fin del actual modelo de negocio de Microsoft y de la industria del software en general. Quizás estamos asistiendo al discreto nacimiento de una nueva manera de entender el sector.

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