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Antonio José Chinchetru

La amenaza llega a las democracias

El secreto de las comunicaciones es inseparable del respeto a la intimidad de los ciudadanos y resulta crucial para permitir que las personas se relacionen entre sí de forma libre y sin cortapisas.

Que Arabia Saudí o Emiratos Árabes Unidos amenacen con bloquear los servicios de mensajería de Blackberry, o incluso lo hagan, no tiene nada de excepcional. Al fin y al cabo se trata de dos petromonarquías feudales caracterizadas por su absoluta falta de respeto por la libertad de expresión y otros elementales derechos inherentes al ser humano. El comportamiento de sus gobiernos es el esperable de cualquier dictadura, con independencia de que esta tenga forma de reino o república y de que se ejerza en nombre de Dios, el proletariado o cualquier otra excusa.

Lo que resulta mucho más preocupante es que los gobernantes indios se quieran subir al carro de los países donde los usuarios de las Blackberry se vean privados de poder usar su servicio de mensajería. Y puede que no sólo ellos, también los de los iPhone y Skype podrían verse afectados por el furor prohibicionista del Gobierno de Nueva Delhi. La diferencia entre este caso y los de las citadas monarquías árabes radica en que la India sí es una democracia. Y eso supone un salto cuantitativo muy importante.

El hecho de que las autoridades políticas de una democracia recorten de forma contundente algún derecho de sus ciudadanos supone un mal ejemplo. La tentación de imitarles se instalará en muchos otros gobernantes y legisladores también democráticamente elegidos. Lo que está en juego es mucho más que los intereses de RIM (fabricante de las Blackberry), Apple o Skype. Lo que está amenazado es el derecho de las personas a relacionarse entre sí de forma que las autoridades tengan difícil meter sus narices en las comunicaciones privadas.

Lo que le molesta de la Blackberry, el iPhone o el Skype a los gobiernos es la encriptación de sus servicios de mensajería. No les gusta que inmiscuirse en las conversaciones privadas sea algo más difícil que abrir un sobre sin que se note o pinchar un teléfono a la vieja usanza. Sin embargo, por mucho que se pretenda luchar contra el terrorismo, no debe permitirse que las autoridades puedan espiar con facilidad a los ciudadanos. La tentación del abuso siempre resulta inmensa.

El secreto de las comunicaciones es inseparable del respeto a la intimidad de los ciudadanos y resulta crucial para permitir que las personas se relacionen entre sí de forma libre y sin cortapisas. Es, en definitiva, algo esencial para garantizar la libertad, y esta no puede cercenarse con la excusa de luchar contra el terrorismo. Recordemos lo que en su día defendió con gran acierto Benjamin Franklin: "Quienes pueden renunciar a su libertad esencial para obtener una pequeña seguridad temporal no merecen ni libertad ni seguridad".

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