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Antonio Robles

Acabó el teatro, comienza la realidad

Se acabó lo que se daba, el delirio catalán no da para Mas.

Se acabó lo que se daba, el delirio catalán no da para Mas. Los tiempos del teatro han acabado, comienza la realidad. Es el fin de la comedia, del amago o la amenaza. También del peix al cove, la conllevancia orteguiana y el autoengaño gubernamental. Ha llegado el tiempo de los hechos y sus consecuencias, y con ellos, la rebelión institucional, el desgarro social, la inestabilidad económica y las lágrimas por un mundo democrático, tolerante y acomodado que no supimos conservar. Han ganado los golpistas vestidos de Gandhi, los adolescentes de casa bien chuleados por broncas de juguete y enemigos de clase. Y cuando digo han ganado, no estoy diciendo que hayan logrado sus objetivos, sino que han logrado imponer un modelo político basado en las vísceras, el resentimiento, el ilusionismo, el desprecio a la legalidad democrática y la confrontación. Inútil advertir que no han contado con los incalculables daños colaterales de su revolución preescolar.

Si a los golpistas de farol sugestionados por su propio delirio se les ha agotado el teatro, a los responsables institucionales del Gobierno de España y de la oposición, también. A partir de ahora les será imposible mirar para otro lado: en una parte de España, unos golpistas institucionales envalentonados por años de dejadez y cobardía les obligarán a utilizar todos los resortes constitucionales al servicio del Estado para acabar con la insurrección. El Tribunal Constitucional lo dejó claro en su resolución contra la declaración de independencia del Parlamento de Cataluña: "La cámara autonómica no puede erigirse en fuente de legitimidad jurídica y política hasta arrogarse la potestad de vulnerar el orden constitucional que ostenta su propia autoridad". Al Gobierno nacional ya no le quedan más disculpas, y le sobran todas las amenazas. Los amos de la masía ya no van de farol. El juramento del cargo desoye dicha resolución sin matices: "¿Prometéis cumplir lealmente las obligaciones del cargo de presidente de la Generalidad con fidelidad a la voluntad del pueblo de Cataluña representado por el Parlamento?". Sí, prometo. La presidenta del Parlamento, Carmen Forcadell, y el presidente de la Generalidad, Carles Puigdemont, no dejan lugar a dudas. Sus biografías son las de dos catalibanes. Con la misma fijación: “Estos son los adversarios de Cataluña (PP y C’s), y el resto es el pueblo de Cataluña", dice la primera, y asegura el segundo: "Los invasores serán expulsados de Cataluña". Ya nadie se puede engañar.

Pero si en Cataluña el teatro no da para más, en España se ha adueñado del Congreso de los Diputados, convertido ahora en un Congreso mediático, como si fuera un plató de televisión. Con los chicos de Podemos como aprendices de brujos. Efectismo, postureo, braceo y excentricidad, exceso de arengas en formato You Tube para neutralizar la libertad racional del vulgo y sugestionarlo con instintos básicos. Esta debe de ser la nueva política de los políticos más antiguos. O si quieren, los nuevos políticos con la más vieja de las políticas: todo por el pueblo pero sin el pueblo. Ya Goya nos advirtió de los monstruos de la razón.

En este nuevo Congreso mediático, ha entrado para quedarse la simplicidad de Twitter, el golpe de efecto de un minuto en You Tube o el fingir indignación por todo cuanto mueva el corazón de los más indefensos. Tal desprecio por la razón busca la empatía de la víscera, del resentimiento social, en una palabra, emocionar. La manera más cruel y cínica de erosionar la capacidad libre de los ciudadanos para discernir con criterio.

Paradoja cruel, los profetas de la nueva política, los chamanes contra la corrupción, practican la peor de ellas: el postureo. Se predica de muchas maneras y posee múltiples registros. Podemos los domina todos. Con éxito. Ayer logró que el niño de Carolina Bescansa fuera la portada de un país sin Gobierno. Ha llegado la nueva política.

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