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Antonio Robles

Contaminación educativa

El alumno medio trata de poner en marcha la ley del mínimo esfuerzo. No es un problema de la juventud de nuestro tiempo, es una característica de la humanidad. Si el límite lo ponía hasta ahora en dos suspensos, ahora lo pondrá en cuatro

Pasar de curso con cuatro asignaturas suspendidas en el bachillerato, como propone la ministra socialista de Educación, Mercedes Cabrera, es un disparate más de alguien a quien seguramente le importa un pito la educación y mucho pasar el trámite. Y si no es así, ¡qué Dios nos coja confesados con el punto de mira de la ministra!

Parece ser que esta es una medida contra el fracaso escolar y el abandono de los estudios del bachillerato. Según el informe de la OCDE de este año, de 29 países del mundo, ocupamos el puesto 26. Pero su misión no consiste en maquillar el fracaso escolar, señora ministra, sino formar intelectualmente a los bachilleres para procurarles más criterio y hacerles más capaces. No se trata de facilitarles y justificarles su irresponsabilidad, sino de adiestrarlos en hábitos que les faciliten afrontar las dificultades de la vida con capacidades que la vagancia no da. No se trata de aprobar, sino de aprender; no se trata de aparcar, retrasar o autoengañarse, sino de premiar el mérito y aprender a convivir con nuestras propias limitaciones.

Desde que el eslogan publicitario sustituyó a la seriedad educativa con aquello del "Progresa adecuadamente" para evitar evidenciar problemas y procurar soluciones, nunca se había ido tan lejos. Habría de saber la ministra que los niños, en este caso adolescentes, necesitan límites. Cuando no los tienen, la mayoría se desorienta. Su naturaleza es el hedonismo y no el esfuerzo, por eso es preciso ayudarles a través de normas y compromisos a que no se dispersen. Pero si esos límites son tan laxos como la garantía de pasar de curso con cuatro suspensos, el alumno se relaja y se disipa hasta acumular tanto trabajo no realizado a tiempo que acaba empujándole al abandono. Exactamente lo contrario de lo que pretende la medida. Soluciones así son propias de personas que se dejan llevar por las primeras impresiones y no entran en el fondo de los problemas. O propio de publicistas: salir del paso "como sea".

Les pondré un ejemplo: pongamos que queremos que los alumnos entreguen al profesor un trabajo de la lectura de un libro. Se pueden cometer muchos errores, el mayor, confiar ciegamente en la responsabilidad de los alumnos para que lo entreguen en fecha adecuada y a tiempo. ¿Por qué es un error? Porque en los tiempos que corren hemos dejado al alumno armarse de todos los mecanismos de defensa para retrasar el día en que se ponga a la faena. Habrá uno, dos o tres que lo entreguen a tiempo, pero el resto será un rosario de disculpas: que si no ha encontrado la obra (te lo dice un día antes de la fecha de entrega y le habías dejado todo un trimestre para hacer el trabajo), que si se le ha acabado la tinta de la impresora, los datos se le han perdido en el último momento, el disco duro se le ha roto o se ha puesto enfermo la semana antes... En fin, un raudal de disculpas que sólo denuncian la falta de voluntad del alumno por cumplir con un horario y unas obligaciones. Y entonces, ruegan al profesor una prórroga. Si el profesor actúa así siempre tendrá un problema y un número considerable de alumnos acabará por no entregarlo. Pero puede actuar de otra manera...

El profesor pone fecha y hora de entrega del trabajo, unos tramos temporales para ayudarles y controlar la marcha del trabajo y una disposición abierta a sus consultas en todo momento. Y todo ello, pactándolo con ellos dentro de los límites de la responsabilidad de la institución educativa. Vamos, que se impliquen decidiendo su propia responsabilidad. Y, lo más importante, la fecha de entrega será inamovible. (A excepción, claro está, de casos claramente

justificados.)

Aunque parezca mentira, los alumnos reniegan más y se lo pasan peor con el primer sistema que con el segundo, pero lo que es más importante: cuando el alumno sabe a qué atenerse hace mejor el trabajo y siempre lo entrega a tiempo. Normalmente todos. En el primer caso se da disculpas y acaba por caer en la desidia, en el segundo pone un calendario y se siente realizado al poder cumplirlo. Todo está en la cabeza del alumno: si sabe que el profesor no transigirá, no jugará a transgredir los límites; si alberga esperanzas de torearlo, lo intentará. Pero el único perjudicado será él.

Con la medida de la ministra y sus cuatro suspensos sucede lo mismo. El alumno medio trata de poner en marcha la ley del mínimo esfuerzo. No es un problema de la juventud de nuestro tiempo, es una característica de la humanidad. Si el límite lo ponía hasta ahora en dos suspensos, ahora lo pondrá en cuatro; es decir, retrasa los problemas, que se acumularán en mayor número. Al final, el fracaso será mayor y la insatisfacción les hará menos felices.

Señora ministra, lo bueno no siempre es lo mejor. ¿O era al revés?

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