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Antonio Robles

Croacia-Kosovo-Osetia

Este partido no lo ganará nadie. Ni los defensores de Rusia y su olor a estalinismo, ni los defensores de Occidente y su impresentable justificación del nacionalismo.

Uno de los principios que nos permiten pensar con coherencia; o sea, pensar, es el "principio de no contradicción" que formulara el sofista Gorgias hacia el siglo IV a. de C. "Una cosa no puede ser y no ser a la mismo tiempo". Solemos saltárnoslo a menudo, sobre todo en política.

Estados Unidos y 21 miembros más de la UE lo acaban de hacer con ocasión de la invasión y posterior pretensión de desgajar Osetia del Sur y Abjasia del Estado independiente de Georgia.

Las razones que les han llevado a escandalizarse siempre importan, pero déjenme obviarlas para centrarme en la falta de escrúpulos lógicos a la hora de juzgar con voluntad de justicia y coherencia intelectual ese acto de prepotencia militar de Rusia.

En el inicio de la desintegración de la antigua Yugoslavia, Alemania y el Vaticano reconocieron a Croacia como Estado independiente sin más criterio que los intereses católicos de la Capilla Sixtina y los intereses geoestratégicos de Alemania. Con esa cobertura internacional se daba conscientemente legitimidad al uso de la fuerza de todas las partes en conflicto. Curiosamente, los croatas, colaboradores de los nazis en los cuarenta, ahora se pasaban por víctimas, y a los serbios deSlobodan Milošević los convertían en verdugos. Ni unos ni otros eran la madre Teresa de Calcuta, pero a Alemania le interesaba que unos fueran derrotados y otros pasasen a ser aliados en sus fronteras del sur hacia el Mar Adriático. Bosnia, Herzegovina, Srebrenica, fosas comunes, todo adobado con nacionalismo. Todo justificado por la integridad territorial o la libertad nacional. Excrementos del espíritu envueltos en banderas.

En la carrera final por el derecho a campanario propio, la provincia servia de Kosovo lloraba a Occidente el derecho a excluir a una parte de su población de mayoría albanesa, en nombre de unas futuras fronteras, distintas de las serbias. Y Estados Unidos reconoció a Kosovo como Estado independiente. Le siguieron la mayoría de los más poderosos países occidentales. Un precedente en Derecho internacional que ha apuesto en riesgo todo el sistema establecido después de la Primera Guerra Mundial. Ese sistema, a la vez que otorgaba a los pueblos colonizados el derecho de autodeterminación, penaba a quienes pretendieran aplicarlo a los estados ya establecidos de Occidente.

¿Cómo se atreven ahora a rasgarse las vestiduras ante el reconocimiento de Osetia y Abjasia por parte de Rusia? ¿Acaso no habían abierto ya la caja de Pandora con el reconocimiento de Kosovo? Aún teniendo de su parte la convicción de que Rusia hubiese preparado la intervención militar mucho antes de la "provocación del presidente de Georgia", Mijáil Saakashvil, no están en condiciones éticas de pedir cuentas a quién sólo ha llevado hasta las últimas consecuencias su propia política ventajista.

Pero lo mismo se puede decir contra la otra parte: ¿se acuerdan la furibunda indignación con que Rusia recibió el reconocimiento de Kosovo por parte de Estados Unidos? Para ser más exactos, ¿se acuerdan de la indignación con la que recibió Rusia la evidente incidencia de Estados Unidos en Kosovo para convertirla de provincia serbia en provincia de sus intereses comerciales y geoestratégicos?

Unos y otros, idénticos gañanes. Política para forofos. Importan poco las razones o los intereses legítimos de los ciudadanos corrientes de unos y otros lugares. Son los mismos politiqueos e idéntica estafa.

Política de alianzas, cordones de seguridad, control de fuentes de energías..., son algunas de las innumerables formas de nombrar las alambradas de espinos trenzadas con los hilos rotos del "principio de no contradicción". Detrás de toda esa bazofia que llaman políticas de Estado para justificar lo que no tiene justificación alguna, quedan miles de vidas segadas, millones de sentimientos rotos por el dolor, casas y bienes destruidos y un océano de odios para las próximas dos generaciones. O más.

Este partido no lo ganará nadie. Ni los defensores de Rusia y su olor a estalinismo, ni los defensores de Occidente y su impresentable justificación del nacionalismo.

Y al fondo, la inquietante espera de la decisión que habrá de tomar el Tribunal Internacional de Justicia (TIJ) sobre la legalidad o la ilegalidad de la independencia de Kosovo, que habrá de iniciar su procedimiento en el seno de la Asamblea General de Naciones Unidas el próximo 17 de septiembre. Serbia pretende que la ONU permita que su demanda contra la decisión unilateral de independencia de Kosovo llegue al tribunal de la Haya. Inquietante espera por el futuro incierto que se derive de esa decisión para otros estados de la propia Unión Europea, e inquietante espera por inútil. Diga lo que diga el Tribunal Internacional de Justicia, el mal está hecho: nadie retrocederá en Kosovo y Rusia no permitirá que nadie borre un solo centímetro de las nuevas fronteras ralladas por sus tanques.

Como Zapatero, lo que diga el Tribunal Constitucional sobre el Estatuto de Cataluña empeorará los sentimientos de unos o de otros, sea lo que sea lo que dictamine, pero ya nada será igual después de ese Estatuto que pretende ser Constitución. Políticos que denigran la política, no por los contenidos de lo que defienden, sino por la suciedad y la irresponsabilidad con que los tratan.

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