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Antonio Robles

El honor histórico de ZP

La ocurrencia para hacer de esas dos "jugadas" la línea instrumental ideada para tunear el honor histórico de nuestro insigne cenizo, la hace especialmente odiosa en la España angustiada por el paro en que vivimos.

La peor herencia que la presidencia de Zapatero nos ha dejado es un futuro minado de incertidumbres después de desmantelar la transición democrática por mezquinos intereses electorales. Un recurso al frentismo guerracivilista para simular la corrupción institucional y la crisis territorial del Estado. Sobrepasado por la crisis económica y marcado por su propia mediocridad, sólo le espera el juicio insobornable de la historia. O eso creíamos. 

El pasado domingo, Manuel Vicent le ofrecía al presidente Zapatero en su columna de El País un último apaño para pasar a la historia con honor y no como culpable de los cinco millones de parados. Lo exponía en dos "medidas audaces": sacar a Franco del Valle de los Caídos y denunciar el Concordato con la Santa Sede. Las presentaba como "dos magníficas jugadas" para evitar que ZP pase a la historia como un botarate. Por si no habíamos sufrido suficientes marcos mentales del mago de León, nos sale Manuel Vicent con más remiendos literarios. Es imperdonable la chapuza en un hombre de tan fina inteligencia y alto sentido ético y estético de la vida. Tanto quejarnos de la corrupción política y no duda en disfrazar el sufrimiento de cinco millones de parados con tal de salvar el honor histórico de su máximo responsable.

Seguramente esas dos medidas deban ser llevadas a cabo, pero no con el partidismo esgrimido en la Ley de la Memoria Histórica, y mucho menos para amañar la memoria histórica de un cenizo. Sin aspavientos.

En esas dos medidas se transparenta la impostura de una generación de "perdedores" que han vivido y viven instalados en la buena conciencia por el simple hecho de ser perdedores. Los demonios familiares de la guerra civil y esos espacios comunes donde se da por supuesta su superioridad moral, les basta, como le ha bastado a Manuel Vicent, para dejar por escrito una profunda inmoralidad; a saber, desenterrar la sangre de los muertos para envenenar la de los vivos. O al menos, para confundirlos. Mientras, y de fondo, la condescendencia hacia uno de los suyos por el mero hecho de ser de los suyos.

En recuerdo de Joaquín Costa y del regeneracionismo, es posible que los privilegios pre-democráticos del Concordato y la tumba de Franco sean nuestro sepulcro del Cid pendiente de clausura, pero para cerrar esa disputa sería necesario un acuerdo de todas las fuerzas políticas del Congreso de los Diputados, o al menos de los dos partidos nacionales. Cualquier intento de aprovechar tanto sufrimiento mal sepultado por una de las partes, sería una villanía impropia y ruin que despojaría de legitimidad, cualquier legitimidad previa que pudiera tener quien o quienes más sufrieron y perdieron en la contienda.

Pero, sobre todo, la ocurrencia para hacer de esas dos "jugadas" la línea instrumental ideada para tunear el honor histórico de nuestro insigne cenizo, la hace especialmente odiosa en la España angustiada por el paro en que vivimos. Manuel Vicent lo debería saber mejor que nadie: "El destino es el carácter. Basta con que un político, un juez, un obispo o un militar sea un tipo vanidoso, frustrado, ambicioso, desconfiado, rencoroso, frívolo o simplemente estúpido para que estas pasiones vulgares en una partida de taberna, desorbitadas por el poder, lleven a una sociedad al cataclismo".

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