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Antonio Robles

((La decadencia del Barça))

Como el Barça, el carnaval indepe anda también desorientado, atrapado en su propio laberinto de apuestas y amenazas, en plena decadencia.

Ayer volvió a perder el Barça frente al Real Madrid. Lo de menos fue qué perdió ni frente a quién. Tampoco si el eterno rival demostró un juego arrollador. Nada disculpa la desorientación de un Barça en decadencia. Porque lo realmente significativo fue eso exactamente: el declive del mejor Barça de todos los tiempos.

La decadencia del Barça es un hecho. La pendejada de Neymar no lo justifica. Al fin y al cabo, los mayores triunfos culés se lograron sin el brasileño y con Messi en el césped. Ahí sigue, pero sin Xavi, sin Pujol, sin Dani Alves, con Busquets diezmado por la edad y un Iniesta en el ocaso de su carrera. Ni asomo de aquel equipo de Guardiola que bordaba el fútbol y descosía al contrario con el jugador más hábil de todos los tiempos, el discreto Messi.

Como el Barça, el carnaval indepe anda también desorientado, atrapado en su propio laberinto de apuestas y amenazas, en plena decadencia. Ayer no se atrevieron a impulsar la ley del referéndum en la sesión extraordinaria del Parlamento catalán, enfrentados a su propio órdago de salón. Por fin se han dado cuenta que la cháchara, la agitación emocional y las verbenas de cada 11 de septiembre no dan más de sí y tienen que entrar a matar. Ahí, frente al toro de la legalidad, la cornada se siente próxima y la inhabilitación, la sanción económica o la mismísima cárcel se encarnan personalmente. Ni siquiera tienen la disculpa de aquel genial anuncio taurino de la Casera:

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Para quien siempre vio en el embuste nacionalista un mero recurso para chantajear económicamente al Estado y no percibió su naturaleza emocional, tampoco habrá reparado en la correspondencia entre el supremacismo deportivo del Barça con el aumento exponencial del supremacismo nacionalista. Puede parecer un disparate, pero no lo es. El trasvase emocional de la superioridad del Barça ha tenido una importancia capital en la soberbia supremacista del nacionalcatalanismo. Hoy este supremacismo se nutre de tres elementos emocionales: la lengua, el resentimiento histórico y el propio Barça. Todo adobado por el espacio catalán de comunicación, encabezado por TV3.

Durante la dictadura, se sostuvo que el Real Madrid era el equipo del régimen franquista. Sin lugar a dudas, el Barça es hoy el equipo del régimen catalanista. Con una diferencia: la primera fue forzada por una dictadura, una carga que el club se sacudió de encima en cuanto las circunstancias políticas se lo permitieron; esta otra es sentida, cultivada y legitimada desde dentro, incluso requerida como un signo inequívoco de identidad catalana.

Siguiendo con este paralelismo, la explosión secesionista en Cataluña coincide con los grandes triunfos de un Barça presidido por el mayor independentista de su historia, Joan Laporta y entrenado por Pep Guardiola, por entonces camuflado como tantos otros separatas tras la máxima pujolista de los años ochenta: "Hoy paciencia, mañana independencia". Y mientras tanto, preparándolo todo para tiempos de cosecha.

Los arcanos de esta felonía separata precisa de una hermenéutica que escapa todavía a la clase política española, pero lo que no es una anécdota es el informe del historiador independentista de la ANC y La Plataforma per la llengua, Josep Abad, pagado por el Ayuntamiento de Sabadell, donde aboga por retirar del callejero a ilustres españoles como Antonio Machado, Larra, Goya, Quevedo etc. por considerarlos "un modelo pseudofranquista hostil a la cultura catalana". Es la consecuencia de un exceso de optimismo en sus propias fuerzas, que les ha llevado a considerar que la limpieza cultural, lingüística y nacional ya no hay que hacerla a escondidas y por detrás, sino con guillotina y en la plaza pública. No es una cuestión de ignorancia, como suelen sentenciar frívolamente tertulianos del tres al cuarto, sino de racismo cultural mamado desde la escuela. Cojan la metáfora literalmente.

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