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Antonio Robles

La identidad en Twitter

El anonimato en las redes sociales no puede servir para dejar impune el acoso, la mentira, el racismo, la manipulación, la difamación, la calumnia…

Uno no sabe qué decir y cómo expresarlo. Hasta el más miserable de los mortales puede sentir el eco del dolor ajeno. Y callar. Es el silencio, esa forma estoica de encajar la impotencia, la más respetuosa forma de solidaridad con los que han de soportar para siempre la pérdida de sus seres queridos.

Viajes que hemos imaginado cien veces, aviones que habremos de coger a pesar nuestro. Esa cercanía aterra y te aproxima aún más a quienes no tienen ni tendrán consuelo. Por eso no entiendes la crueldad gratuita de esa pandilla de miserables que han aprovechado la muerte ajena para esparcir en Twitter su racismo cutre o sacar rendimiento político. Eso sí, amparados por el anonimato de un nick, o el caparazón de su ideología.

Twitter de Pianelo: "A ver, a ver, no hagamos un drama, que en el avión iban catalanes, no personas". Twitter de Voooy: "Vale, lo voy a decir yo, pero media España está pensando que ojalá los 45 apellidos españoles sean catalanes, vascos y panchitos".

No hay derecho. No se puede ser más cruel con las familias y amigos de los muertos. Ni más descerebrados. Una muestra del nacionalismo más obtuso, el mismo de aquellos etarras encarcelados que brindaban con cava en la cárcel cada atentado de ETA. Los extremos se tocan. ¿Qué les hace suponer que media España está deseando que los muertos sean catalanes? Narcisismo puro.

Sí, ya sé, son cuatro descerebrados. ¡Pues no! No son cuatro, ni únicamente descerebrados. Antes que ninguna otra cosa, son crueles y campan a sus anchas por las redes sociales, envueltos en la bandera de turno, arrogándose la patria de todos sin dar la cara. No son cuatro, y si lo fueran ya serían demasiados. El nacionalismo les permite sentirse inmunes. Ninguna otra justificación les consentiría salir a campo abierto ni mostrar tanta obscenidad.

Hace ya muchos años, a principios de los años noventa hube de soportar en nombre de la libertad de expresión en una clase de ética los comentarios de una adolescente que nos espetó con orgullo: "Yo solo he estado en Madrid una vez, y porque me obligaron mis padres, pero no pisé el suelo de Madrid porque me negué a bajar del coche". La miré con lástima. Años después, otro escolar repetía otra gansada muy popular entre el nacionalismo radical: "Con una bomba atómica en Madrid, se acabarían todos los problemas de Cataluña". Son contados, pero no tendrían que tener ninguna oportunidad para evacuar sus miserias. Si se sienten capaces para hacerlo es porque una atmósfera propicia les permite el atrevimiento.

No son los únicos, también los hijos de las ideologías totalitarias aprovechan la ocasión para sacar rendimiento político: "Maldita sea esta sociedad capitalista donde una compañía aérea antepone el beneficio empresarial a la seguridad de los pasajeros". En esta ocasión, con nombres y apellidos, hasta ahí llega su superioridad moral, una forma de dogmatismo propia de quienes confunden su verdad con la verdad. Inútil recordarle a Antonio Machado,

¿Tu verdad? No, la verdad,
y ven conmigo a buscarla.
La tuya, guárdatela.

Eduardo Garzón, hermano de Alberto Garzón, de IU, ni siquiera tiene motivos fundados para sostener la acusación. En ningún país comunista, jamás, hubo tantas medidas de seguridad como en los países de libre mercado. Compárense las centrales nucleares de la antigua URSS con cualquiera de las occidentales, las minas de China con las alemanas, inglesas o norteamericanas, los vertidos libres de las fábricas soviéticas con los protocolos ecologistas de la Unión Europea…

No puede ser, el anonimato en las redes sociales no puede servir para dejar impune el acoso, la mentira, el racismo, la manipulación, la difamación, la calumnia… Nadie debería poder sacar una cuenta de e-mail, de Twitter, de Facebook, etc. sin dar su nombre o sus señas de identidad. Hemos de responsabilizarnos de nuestros actos, y responder por ellos si nos excedemos. Como en cualquier medio de comunicación serio.

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