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Antonio Robles

La paradoja del paro y la identidad

La evidencia del paro no evitará que en los próximos lustros la hegemonía política se siga dilucidando en el terreno de la identidad. A pesar de las encuestas.

Si un extraterrestre hubiera cogido las portadas de todos los periódicos que se editaron en Cataluña el pasado 11 de septiembre de 2010, "Diada nacional de Catalunya", no tendrían ninguna duda: el problema fundamental de esa sociedad sería la identidad nacional. La fecha es significativa, pero serviría igual cualquier portada del resto del año. Parecería que la resolución de los problemas identitarios (¡?) resolvería todos los problemas de Cataluña.

Es tal el empeño en el enredo virtual, que la sensación creada invita a pensar que fuera de él no hay angustia alguna. Sin embargo, es precisamente fuera de él donde la vida brota y los problemas se multiplican. Despidos, quiebras de empresas, imposibilidad de obtener un préstamo para comprar una vivienda, negocios asfixiados por falta de crédito, prestaciones y ayudas sociales finalizadas, obreros desesperados sin perspectivas laborales. Por eso, cuando retiramos la mirada de esas portadas y de la realidad virtual de los políticos que chapotean en ellas, nos damos de bruces con la gente de la calle, la que sufre y padece la intemperie de la crisis, la precariedad laboral y sus consecuencias físicas y psicológicas. Y por eso la última encuesta del Centro de Estudios de Opinión de la Generalidad (CEO) sobre la percepción ciudadana de las políticas públicas ejecutadas por el Gobierno de Cataluña señala que es el paro y la precariedad laboral (54,6%), no la identidad y sus monsergas, la verdadera preocupación de la calle.

Mientras, esos problemas por los que Gobierno y oposición nacionalista derrochan euros para llevar a la gente a manifestaciones contra el Tribunal Constitucional por "la sentencia del Estatuto", sólo preocupan a un 4,7%. Y si hablamos del alimento espiritual con el que todo nacionalista nos da la murga cada mañana, como es "el problema de las relaciones de Cataluña/España" nos encontramos con un ridículo 0,8%, para bajar hasta el 0,2 si preguntamos por "la crisis de la identidad catalana". Pero claro, cuando impulsaron el Estatuto sólo había un 3% preocupado por tal problema. Y miren para lo que da. Menos mal que la encuesta no pregunta por la corrupción, ni se arriesga a preguntar a la gente corriente si prefieren la imposición de un idioma a la libertad de utilizar los dos. El contraste entre la realidad y su ficción identitaria marcaría aún más la impostura.

Lo que la encuesta no sabe ni le interesa averiguar es por qué, si la gente está preocupada por el paro, su clase política y sindical, sus medios de comunicación y su ejército de docentes macerado por el dirigismo cultural subvencionado siguen con la carraca de la identidad. Y no le interesa averiguarlo porque el catalanismo es el secuestro de la sociedad catalana por una clase social funcionarial y de élite que ha sabido camuflarse en todos los partidos y organizaciones sociales en nombre de la recuperación cultural, ahora transmutada en nacional.

Por eso, la evidencia del paro no evitará que en los próximos lustros la hegemonía política se siga dilucidando en el terreno de la identidad. A pesar de las encuestas.

Quizás lo peor no es que todo ese ejército de funcionarios de la construcción nacional viva a costa de nuestros impuestos, lo peor es que al final todos nosotros, los que les apoyan y los que nos oponemos a ser excluidos a costa de su delirio estamos atrapados en su impostura. Si los contradecimos, alimentamos sus discursos virtuales, y si no lo hacemos, su delirio se inflama hasta desbordar definitivamente la cordura. No es fácil la salida del laberinto.

Mientras tanto, nada de esa maldita discusión servirá para solucionar la angustia de Juan Sánchez Coll, a punto de acabar su subsidio de desempleo y con dos niños pequeños a su cargo.

Señores de la cosa nacional, por respeto a los muertos y por un mínimo de decoro ante los vivos, dejen de chapotear en la sangre podrida de los muertos para envenenar la de los vivos. Reparen, si us plau, en los 4 millones de catalanes que sobreviven angustiados ante la precariedad laboral y el paro. Los cementerios no se quejarán.

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