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Antonio Robles

La revolución americana de 2010

Como mi abuelo, serán los millones de americanos hasta ahora excluidos de la asistencia sanitaria quienes de verdad sientan en su piel los beneficios de una reforma que tantos otros se empeñan en convertir en un problema fiscal.

Guardo en la memoria una historia romántica escuchada muchas veces a mi madre. Su padre, mi abuelo, hubo de vender las pocas viñas que tenía para poder pagar las operaciones de su mujer, mi abuela. Soy de un pueblo que la propiedad está tan repartida que nadie tiene nada. Pero mi abuelo tenía aún menos, apenas un huerto pequeño y un peñascal donde sembraba los garbanzos del año.

Siempre he recordado esta historia como un indicio del desamparo en que se encontraban las gentes antes de que se instituyera la seguridad social en España. Creo que, junto a la educación, son las dos cuestiones que un Estado debe garantizar a todos sus ciudadanos.

Por eso, resulta paradógico que el país más rico de la tierra se haya resistido hasta este histórico 21 de marzo de 2010 a incluir entre sus prioridades la seguridad sanitaria para todos sus ciudadanos, independientemente de su capacidad adquisitiva. No es total, deja fuera a 15 millones de personas, pero extiende su cobertura a 32 millones de americanos hasta la fecha fuera del sistema. Además logra recortar ganancias abusivas a compañías aseguradoras basadas en la arbitrariedad de poner límites a los tratamientos asistenciales, evita que se cancelen pólizas a asegurados con graves enfermedades e impide rechazar a niños con historias clínicas patológicas previsibles. Todo un logro a juzgar por las dificultades de Obama para convencer a la Cámara de Representantes.

Inútil insistir en sus limitaciones: lo importante es haber iniciado el camino de la cobertura sanitaria. También en 1865, cuando Abrahan Lincoln extendió la abolición de la esclavitud a todos los Estados del Sur, no lograba erradicar las infinitas prácticas sutiles de abuso enraizadas en el desprecio de unos hombres por otros, pero había iniciado el camino imparable para que la costurera de raza negra, Rosa Parks, se negara un día de 1955 a ceder su asiento de autobús a un blanco y con su actitud lograra definitivamente erradicar de Norteamérica todo apartheid contra los negros.

Es curioso que sea otra vez un negro quien acerca de nuevo a América a un rostro más humano. Barak Obama ha logrado cabrear a media nación, no menos de lo que hiciera Abrahan Lincoln en 1865.

Como mi abuelo, serán los millones de americanos hasta ahora excluidos de la asistencia sanitaria quienes de verdad sientan en su piel los beneficios de una reforma que tantos otros se empeñan en convertir en un problema fiscal. Es posible que el republicano Utah Orrin Hatch considere de buena fe que europeizar America sea acercar su ruina. Nadie discute los valores inmensos del sistema liberal americano para generar riqueza, pero hasta el mejor sistema necesita una mínima racionalización para evitar la angustia de existir a expensas del azar; o como mi abuelo, a costa de vender lo que necesitaba para vivir.

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