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Antonio Robles

Mientras llegan las generales

¿A quién votar? Desde luego, no al PP, al PSOE y a los nacionalistas, tampoco a Podemos. Quedan C's, UPyD y Vox.

Seguramente las elecciones menos municipales de todas cuantas se han realizado en España desde la Transición del 78 sean las que se celebrarán el próximo domingo. Los líderes nacionales han suplantado a los alcaldables; y el hartazgo de la corrupción, la quiebra del sistema bipartidista, la crisis territorial y el populismo, a los programas municipales.

¿A quién votar ante estos cuatro retos? Empecemos por el primero. La corrupción económica es endógena al sistema, forma parte de la gestión del poder. El clientelismo, el capitalismo de amiguetes, el 3% y la cadena de favores y cuñados están tan arraigados y extendidos como la metástasis de un cáncer. Cirugía. O se van todos cuantos representan esa sociología tóxica o el cuerpo social asumirá como una fatalidad la asociación entre política y mangoneo. Solución, dar un severo castigo a los partidos mayoritarios y a sus bisagras nacionalistas. La honestidad ha de volver a dar prestigio social.

Pero la corrupción no solo es económica, es también política. Las reglas democráticas se han utilizado torticeramente para mangonear la separación de poderes: con la elección de jueces han pretendido convertir el poder judicial en una correa de transmisión de las mayorías parlamentarias. Un tremendo abuso de la casta que ha debilitado el alma democrática del Estado de Derecho. La misma tendencia a controlar el poder que han hecho en el interior de sus partidos políticos. Todos, los instalados en el dedazo y los que con una mano agitan las primarias y con otra mangonean las candidaturas. Mal asunto. Este tipo de abusos suele quedar justificado por el éxito. Antídoto: recuperación de la coherencia como virtud cívica.

La quiebra del bipartidismo es el segundo cataclismo que los partidos mayoritarios quieren evitar y los nuevos están empeñados en conseguir. No ganarán ni unos ni otros, pero ya nadie gobernará sin sentir el aliento en el cogote de los otros tres. Será bueno para España, malo para PSOE, PP y partidos nacionalistas. Estos últimos no volverán a ser bisagras. El chantaje económico, cultural y lingüístico y sus aspiraciones secesionistas ya no dependen de ellos, sino de los recién llegados. Ante ello, ¿a quién votar? Desde luego, no al PP, al PSOE y a los nacionalistas, tampoco a Podemos, pues en el terreno territorial es lo más parecido a una caja de Pandora sin candado. Quedan C's, UPyD y Vox. Con diferencias cada vez más acusadas, pero todos ellos constitucionalistas y con capacidad para marcar a fuego a los instalados desde la Transición.

Tercero, la crisis territorial. Artur Mas y el resto de secesionistas que buscan la quiebra del Estado han puesto en las elecciones del 24-M el inicio de la insubordinación en cuantos municipios catalanes tengan mayoría para preparar la secesión unilateral en las elecciones autonómicas del 27-N. El disparate puede parecer infantil, pero nada inocente y es muy tramposo. Pretenden suplantar el número de votos por alcaldías conquistadas. Despreciar esta amenaza es no advertir que quien nos quiere despeñar en su caída fundamenta su delirio en la alianza entre la ignorancia de sus votantes y su perversión política: "La democracia está por encima del Estado de Derecho", ha dejado dicho Artur Mas. ¿Qué demonios entenderá este botarate por democracia? Si hoy podemos disfrutar de Estados Democráticos de Derecho es porque todos, incluidos nuestros dirigentes e instituciones, están limitados por la ley. O sea, la auténtica diferencia entre el despotismo y la civilización democrática.

Y cuarto, el populismo. Es la enfermedad de las sociedades infantiles. Prometer al pueblo lo que desea oír es una calamidad. No me importaría que se presentaran candidatos corruptos a condición de disponer de ciudadanos ilustrados, conscientes, autónomos y libres. Nos sobrarían criterios para detectarlos a tiempo.

Podrá ser importante el alcantarillado de los camarotes, las hamacas de cubierta o la sanidad de los comedores, pero más aún la integridad del barco que nos mantiene a flote. Así que, en espera de autonómicas y generales, el voto a partidos constitucionalistas es nuestra revolución pendiente.

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