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Antonio Robles

Pedro J. Ramírez y el nuevo Cs

Si sólo la derecha y el centro derecha han de identificarse con la nación, la cohesión territorial de España está en riesgo.

Pedro J. Ramírez, como arquitecto de medios y alma de demiurgo, ha subestimado con "C’´s entre héroes y urnas" el alcance de la deserción del espíritu fundacional que C´s ha emprendido en Coslada, y que tantas veces apoyó desde la dirección de El Mundo ante la desidia de la inmensa mayoría de sus compañeros de profesión. Con gravedad añadida; siendo uno de los pocos profesionales del periodismo beligerantes contra el nacionalismo desde siempre, y en especial contra su política lingüística, ahora acepta como mal menor que el partido de Rivera module su beligerancia contra ella en aras de ensanchar el perímetro electoral de Cs al centro derecha catalanista. El objetivo – barrunta– es llevar a Inés Arrimadas al Gobierno de la Generalidad, y a Albert Rivera a dirigir los destinos del Estado. Es decir, el objetivo es el poder, la única forma de neutralizar al nacionalismo y regenerar España. No estaría mal si fuera acertado, además de posible.

Para convencernos da por amortizada la ética de los principios frente al pragmatismo de los votos. Alguna trampa retórica de viejo bucanero suelta con aire condescendiente para desautorizar la épica que tanto apreció en el nacimiento de C´s. No es cuestión menor porque, de triunfar tal deriva, pudiera perderse la honra y los votos. Y la honra mancillada, en este caso, no sería un valor medieval sino el abandono de la pedagogía social, hoy imprescindible en Cataluña para acabar con la hegemonía moral del nacionalismo.

Ni defender los principios fundacionales implica renunciar a los votos, ni optar por el pragmatismo electoral los asegura. Esa ecuación hay que contrastarla con la realidad; no basta con cuestionarla desde el principio de autoridad que se autootorga, pues a otros la realidad nos sugiere exactamente lo contrario. En dos variables a las que no parece darles mayor importancia: la renuncia a la socialdemocracia, o si quieren, al sincretismo entre el socialismo democrático y el liberalismo progresista que recogían los estatutos fundacionales; y la renuncia a la beligerancia lingüística.

Empecemos por la primera. Si Pedro Jota pone el peso de Cs como partido nacional, y tasa la coherencia ideológica como valor añadido para hacerle un hueco en el bipartidismo, la elección no parece sólo correcta, sino necesaria. La yenka ideológica de Albert Rivera de los últimos tiempos comenzaba a pasarle factura. Pero si Cs es algo más que un vulgar partido de centro en busca de un hueco en la política nacional, es decir, si C´s quiere aportar a la política frescura y radicalidad para regenerar España, antes que nada, ha de acabar con la hegemonía moral del nacionalismo, no solo en Cataluña, sino en la cultura política española. Es la asignatura pendiente de la bisoñez con que enfrentamos la Transición.

En buena medida, la izquierda ha sido la causante, por inhibición, de la hegemonía moral del nacionalismo identitario. Un error, un complejo, una traición a la igualdad de los ciudadanos frente a los privilegios de los territorios. En gran parte proviene de la confusión que la izquierda arrastra desde la dictadura, entre el régimen franquista y el Estado español. El nacionalismo de Franco estuvo tan obsesionado en identificar su régimen con España, que la izquierda hace lo imposible por distanciarse de ella para defenderse del estigma franquista. Un disparate. Es como si la izquierda alemana actual confundiera el régimen nazi con Alemania. Por su parte, la derecha, acomplejada por su herencia subrogada, se ha puesto de perfil demasiado tiempo.

Si sólo la derecha y el centro derecha han de identificarse con la nación, la cohesión territorial de España está en riesgo. Por eso C´s tenía una labor ideológica con su ideario socialdemócrata que después del congreso de Coslada le será imposible cumplir. Si tenía alguna credibilidad progresista, la ha acabado de perder. Por mucho que adjetive el sustantivo liberal con nominalismos progresistas.

Pero el valor de Cs no era solo ser un partido nacional, ni por supuesto abandonar su espíritu fundacional para poder serlo, sino convertirse en el rompehielos que abra en canal la hegemonía moral del nacionalismo en general, y del catalanismo en particular, para que la democracia española tenga una oportunidad fuera del manicomio en que se ha convertido Cataluña. C´s no nació como un fin en sí mismo, sino como un medio para lograr una sociedad posnacionalista. Ningún partido, en ese sentido, era tan nacional como él en su espíritu fundacional. Si su desaparición como consecuencia del triunfo de tal objetivo fuera el precio a pagar, sería el mayor bien para la igualdad y el bien común de los españoles. Pero es esta variable, precisamente, la que Pedro Jota no valora.

Con la renuncia a la socialdemocracia, la aspiración de Cs de sustituir al PSC en Cataluña como paso previo para desenmascarar su colaboracionismo con el nacionalismo y reducirle así a la ideología reaccionaria que mantiene secuestrado a un electorado inicialmente no nacionalista se ha esfumado definitivamente. Más aún en el espacio de los nuevos embaucadores de En Comú Podem de Ada colau y Xavier Domènech.

¿Tiene sentido sacrificar a Cs ideológicamente para sustituir al PP en Cataluña? ¿Tiene sentido disolver al Ciudadanos sin complejos en el tema lingüístico para mendigar votos al catalanismo de baja intensidad? ¿De ahí puede surgir un pacto constitucional con el PSC? ¿A qué precio? Quien conozca un ápice la infección debería saber que, sin un partido verdaderamente beligerante, el nacionalismo irá a más ininterrumpidamente. Mientras tanto, el apaciguamiento y la seducción sólo servirán para ir vendiendo a los separatas camuflados de catalanismo las pocas propiedades que le quedan a la soberanía española. El próximo envite: blindar los instrumentos identitarios: modelo escolar de inmersión, cultura y lengua, cupo económico, principio de ordinalidad y hacienda propia, tribunales de justicia de última instancia, relaciones bilaterales y confederación en todo lo demás. Sin olvidar relaciones propias con la UE y embajadas reales en todo el mundo. Es decir, consagrar ciudadanos de primera y de segunda en función del territorio donde vivan.

La segunda variable, recuerden, era aceptar una modulación en la renuncia a la beligerancia lingüística para cazar votos en el nacionalismo de baja intensidad. Como si ser beligerante en la lengua le impidiese serlo en el resto de temas sociales. Pasar por alto a estas alturas que la lengua es el instrumento étnico de identificación, el hecho diferencial por excelencia, como lo fue la religión en la guerra de los Balcanes o la raza aria en la Alemania nazi, es reducir la exclusión lingüística a una mera merma de derechos civiles. Grave error. Es más, mucho más, lo es todo. Alrededor de la lengua propia se identifica y se justifica el relato nacionalista, se adoctrina en la escuela y se marca el territorio. Desenmascarar ese instrumento de extranjería, recuperar la libertad lingüística es romper la identidad, es devolver a la sociedad la pluralidad cultural, nacional y democrática. Pero sobre todo es hacer pedagogía social, mostrar la gran mentira, romper la sugestión colectiva que ha convertido el discurso democrático en pura beligerancia maniquea propia de los estadios de fútbol, esas cárceles mentales donde el argumento, los hechos y la razón no cuentan, sólo la pasión de las emociones, el triunfo de lo propio sin mala conciencia. Eso es hoy el procés, y por extensión Cataluña. Combatir esa metástasis política es posible, pero con beligerancia, determinación, no renunciando al derecho a decidir en qué lengua queremos que estudien nuestros hijos, ni escondiéndose ante el acoso a los padres que se atreven a exigirlo, como hace ya hoy C´s para no soliviantar al nacionalismo de baja intensidad que ha tomado como nuevo caladero de votos, ni haciendo desaparecer de la realidad política la palabra inmersión, ni consintiendo que nos multen por rotular en español, ni que la lengua propia siga siendo el muro de cristal laboral para el resto de españoles dentro de Cataluña, ni dejar de recordar cada día el incumplimiento de sentencias lingüísticas e identitarias para evitar que le encasillen. "Quien ha alcanzado la condición de primera fuerza de la oposición en Cataluña tiene que ser capaz de erigirse en alternativa, ofreciendo soluciones a los problemas reales de la sociedad en todos los frentes", justifica Pedro Jota esa modulación, como si tal problema no fuera real, o denunciarlo imposibilitara ofrecer soluciones en todos los frentes. Una razón más para no caer en esa manipulación nacionalista, pues esa cantinela ha sido desde su entrada en el Parlamento la acusación del nacionalismo para erosionar a C’s a pesar de llevar la totalidad de las comisiones parlamentarias con idéntica determinación. Salir del lenguaje nacionalista es la primera urgencia e ignorar sus estigmas, la segunda.

Y todo eso por qué. ¿Por recuperar el sueño de Cambó en Cs? La sociología de la época de Cambó no tiene nada que ver con la pulsión emocional colectiva que ha logrado imponer la ingeniería social de Pujol.

La batalla ya no es electoral, es de pedagogía social. Hay que desenmascarar la hegemonía moral del nacionalismo como paso previo a la batalla electoral. Ante ella, poco podría hacer un gobierno constitucionalista. Sólo un ejemplo, actualmente, la escuela pública y concertada la ocupan un 80 por ciento de maestros emocionalmente independentistas. Los medios de comunicación públicos el cien por cien. ¿Quién revierte una situación de adoctrinamiento colectivo con esa mayoría forzada por tres décadas de poder nacionalista? Y lo que es peor, las nuevas generaciones incorporadas al odio contra España son irrecuperables con leyes y normas, como son raros los casos de un hincha de un club fútbol que cambie de equipo por un resultado. Si no se restaura la razón empírica en los hechos históricos, si no se combaten las posverdades del nacionalismo, si no se demuestran con datos las falacias del expolio fiscal y se combate el egoísmo reaccionario que las inspira, si no somos capaces de desenmascarar la usurpación de la democracia por una letanía de actos totalitarios para adolescentes, si no se ponen a disposición de las asociaciones civiles medios económicos y periodísticos, y se denuncia a los medios públicos de comunicación al servicio de la pedagogía del odio, si no se restaura un relato neutral de la historia de España y se priman los lazos afectivos, ninguna norma servirá para gran cosa. Esto es una guerra con instrumental virtual, pero una guerra cuyos muertos sociales no se ven y cuyos muertos reales vendrán si no se ataja. Es importante reparar en que hoy hay dos generaciones de adolescentes y jóvenes amamantados emocionalmente en el ideal. Ellos han roto absolutamente los lazos afectivos con España; es más, el supremacismo asumido los ha encadenado al fondo de la caverna de Platón. Con el enfrentamiento electoral son irrecuperables, sólo una información veraz y constante que los enfrente al espejo de sus prejuicios podría matizar sus convicciones. Difícil, y siempre parcial. Ese es el gran escollo a salvar y a temer: una frustración ante las expectativas, no la metabolizarán porque sus convicciones son emocionales y sus intenciones bien intencionadas. Son sus padres los que les han mentido. Y si no la asumen, siempre habrá un tanto por ciento de iluminados, por pequeño que sea, que abrirá la caja de pandora. Se ha de informar cuanto antes de ello. Hasta hace poco lo hacía Cs. Ya no lo hace mejor que el PP. Lo cual nos devuelve a la casilla de salida antes de 2006 cuando nació para espolear al PP y suplantar al PSC.

Completaba a Eugenio Trias, Pedro Jota en 2007, a propósito de las buenas expectativas que C´s acababa de abrir en Cataluña si el partido recién creado acertaba en sus planteamientos políticos: "Ese sueño de reorientar la marcha de las cosas en Cataluña también es posible para el conjunto de España". En Cataluña hace ya tiempo que la reorientación es la contraria: ya no pretenden derrotar al nacionalismo, sino convivir con él. Con quienes hay que convivir es con las personas no con las ideologías excluyentes, a esas hay que desenmascararlas antes de que sean irreversible.

Pedro Jota ha puesto su pluma al servicio de la justificación de una deriva liberal progresista en Cs en nombre de la regeneración de España. Pero se olvida de que tal quimera se evaporaría con la misma rotundidad como la aspiración de la noche a ver nacer el día. En el supuesto caso que llegara al poder por esta senda de beligerancia de baja intensidad, el nacionalismo ya habría ganado, como antes lo ha hecho con PSOE y PP, forzándoles a ceder, a ceder, a ceder siempre en su camino ininterrumpido a la secesión. Y mientras llega, disfrutar ventajas asimétricas. Como hasta ahora.

Cs ya ha entrado en ese redil. Yo he escrito algunos detalles, pero sólo son la punta del iceberg, toca al periodismo político descubrir el abandono de un proyecto nacido para cambiar a un país por la ambición de gobernarlo.

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