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Antonio Robles

Sobra gestualidad emocional

¡Qué difícil es respetar la presunción de inocencia cuando se trata de aplicarla a los enemigos políticos!

¡Qué difícil es respetar la presunción de inocencia cuando se trata de aplicarla a los enemigos políticos! La muerte de Rita Barberá ha dejado la evidencia en carne viva. Se nos llena la boca de democracia, pero después no respetamos sus axiomas, exigimos independencia judicial pero contradecimos sus postulados, hacemos filigranas con el "presunto" culpable para no pillarnos los dedos, pero a la vez hacemos juicios paralelos en los medios. Políticos y medios, ¿es que acaso hay alguna diferencia en el modo de gestionar la neutralidad?

Son momentos difíciles para la reflexión periodística. Las partes buscan ventajas, unos de manera miserable (Pablo Iglesias niega un minuto de silencio a Rita Barberá que nunca negaría a Hugo Chávez, a Otegui o a cualquier abertzale con delitos de sangre), otros, aprovechando la bofetada emocional de la muerte inesperada de una mujer perseguida con saña por presunta corrupción, se rasgan las vestiduras para lograr la posición de dominio emocional. La cuestión es sacar tajada. El propio Mariano Rajoy, que hasta ayer simulaba no haberla tratado nunca, ahora ordeña la tragedia con todo tipo de complicidades. Es evidente que su amiga ha muerto y Rajoy ha resucitado aliviado. La amenazadora losa que llevaba a sus espaldas es la lápida que sella el silencio ya eterno de Rita. Puede respirar aliviado.

Es evidente que nada es decente. Si es verdad que la alcaldesa es el artífice de la transformación de Valencia, una fuerza de la naturaleza que controlaba hasta el más insignificante detalle del PP valenciano, como elogian ahora los compañeros que ayer se apartaban de ella como si fuera una leprosa, necesariamente ha de ser responsable también de la presunta corrupción de sus subalternos. Su muerte no debería exonerarla de sus presuntas responsabilidades. No es de recibo que sus excompañeros aprovechen estos momentos de indignación colectiva para disculpar la corrupción generalizada del PP. Independientemente de la ruindad de Podemos, independientemente de la corrupción de los ERE socialistas, independientemente de la mafia familiar de los Pujol.

En lugar de buscar ventajas, podría servirnos a todos para reflexionar sobre la labor periodística. Nuestros plumillas crucifican por sistema a nuestros políticos, en algunos casos confundiendo la labor de informar y analizar críticamente con el acoso y el escrache diario. Por poner un solo ejemplo: Antonio García Ferreras en el programa Al Rojo Vivo la convirtió en una apestada. No buscaba la verdad, sino socavar a cualquier precio al PP. Eso no es periodismo, eso no es informar, solo activismo ideológico y propaganda. Sin escrúpulos ni medida.

Si nuestra clase política es corrupta, nuestros periodistas no son mejores. Pero estos tienen púlpito y los otros sólo rostro. ¿O acaso la prensa no tiene intereses inconfesables? ¿O es que no está obligada a convivir con intereses publicitarios, dependencias políticas o imposiciones empresariales?

La bofetada de esta muerte repentina nos enfrenta a estos malos modos; pero no nos equivoquemos, es su frivolidad, su falta de pulso intelectual, su abandono al mercado más facilón la peor de sus corrupciones. Lo sufrimos todos los días con Podemos. Y no es una cuestión sólo de reprochar a los medios que a menudo confundan información con propaganda, sino recordarles la frivolidad a la que están cada vez más abocados. Pablo Iglesias la aprovecha como nadie, la entreúltima vez con el postureo en la apertura de sesiones de las Cortes con los reyes como disculpa. Logró que la anécdota se tornara en categoría por mor de la prensa. El acto solemne, histórico, fue relegado por unos periodistas a los que lo único que les interesó fue sacar la cresta.

Si en este fuego cruzado es posible cavilar más allá de las trincheras, deberíamos reflexionar sobre la sociedad de adolescentes que nos está idiotizando y nos amenaza gobernar.

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