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Antonio Robles

Sobrevivir en el laberinto

Cuando el cinismo puede con las reglas, sólo la vuelta a la honestidad personal de nuestros gobernantes nos puede traer esperanza.

Permítanme una ingenuidad pata negra. Es miércoles por la tarde, un día antes de la tomadura de pelo previsible. Perdonen la desolación: no me interesa un pimiento la comparecencia de Rajoy en el Congreso, ni la crítica de Rubalcaba a la corrupción, como me ha importado un carajo la que acaba de hacer Artur Mas en el Parlamento de Cataluña a propósito de la corrupción del Palau y su relación con la financiación irregular de CiU. Por una razón casi ridícula: ver a los portavoces de ambos partidos utilizar sus comparecencias mediáticas para sacar tajada de la ocasión sin importarles lo más mínimo solventar la gravedad extrema de las actuaciones corruptas me produce arcadas. ¿Alguien se cree que alguno de ellos está dispuesto a otra cosa que enmascarar culpas y seguir tirando? A lo único que podemos aspirar los ciudadanos es a asistir a sus bufonadas, sus pullas y sus frases medidas para la ocasión. La política convertida en un reality show, donde el cainismo y la tramoya han sustituido definitivamente el debate de proyectos e ideas y donde el servicio a la sociedad se confunde con lograr demostrar que el otro es más indeseable.

Ya sé que es muy simple, pero hoy no hay nada más revolucionario y sensato que demostrar a esta casta que sus mascaradas, las de unos y las de otros, no nos interesan en absoluto. Pasar de ellos, perderles el respeto, despreciarlos. Quizás ignorarlos.

Si hubiera alguna forma de que la comparecencia de Rajoy en el Congreso le obligara a informar con honestidad y a rectificar y asumir responsabilidades de inmediato, sin dramas; y si Rubalcaba aprovechara la ocasión para estar dispuesto a hacer lo propio con su partido, en lugar de ocultar sus eres con las barcenadas del otro, la comparecencia sería lo más importante de la política española en este instante. Mucho más importante que la economía, porque la enfermedad económica que padecemos es causada directamente por esa corrupción institucional en la que todo el mundo chapotea, no como un fin, sino como mera supervivencia. O sea, el medio es el modo y el fin, un laberinto del que nadie, aunque quisiera, sabría salir. La maquinaria ha sustituido al objeto de la máquina, que no es ella misma, sino la producción de bienes para la que fue diseñada.

¿Se imaginan qué sería de la lotería si supiéramos que los sorteos están trucados? Nadie jugaría. ¿Por qué seguimos sus debates si son solo retórica para seguir sobreviviendo en el laberinto donde otros tan tramposos como ellos hacen ver que buscan una salida que no quieren encontrar?

Y, ¡ojo!, en el laberinto están todos. ¿O sería más correcto decir que estamos todos?

P. D. Cuando el cinismo puede con las reglas, sólo la vuelta a la honestidad personal de nuestros gobernantes nos puede traer esperanza. Aunque quizás para ello deberíamos empezar por ser honestos los propios ciudadanos.

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