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Antonio Robles

Som-hi

La campaña más descarada es la que pretenden hacer pasar por información y entretenimiento cada día, desde TV3 y Catalunya Radio. 360 millones de euros nos costarán este año los dos medios públicos de uso privado.

Todo abuso tiene un punto de inflexión. A veces la provoca su exageración, a veces el cambio del contexto en que se da.

En Cataluña ya dura demasiado. Una nueva campaña: Som-hi (eso es todo), rueda en autobuses y evapora de las arcas públicas un millón de euros. Som-hi (en castellano "¡vamos!") es todo el mensaje. Campaña institucional, despilfarro público. La última.

Hace años se gastaron otros nacionalistas otro saco de duros con aquella de Som sis milions! (somos seis millones). El mismo fin, idéntico despilfarro.

En cualquier sociedad normal, ambas campañas serían irrelevantes, sin mensaje, casi una extravagancia. Pero no lo son. Las dos remarcan existencia (Som: somos) y voluntad de ser. La primera (Som sis milions) individualizaba un territorio, definía el rebaño; la segunda, lo pone en marcha; la primera anunciaba la fuerza, el número, la existencia; la segunda tiene un fin, un proyecto al que encaminarse.

Solas, fuera del contexto de la Cataluña catalanista, serían ininteligibles; dentro, son la culminación simbólica de innumerables iniciativas, mensajes, lamentos y críticas de una nación en construcción. En esa atmósfera asfixiante de rituales nacionalistas, la invitación se convierte en un grito de guerra: Som-hi!, (¡Vamos!, ¡Adelante!) res ni ningú ens aturarà! (¡nadie nos detendrá!), Som.hi! ¡la tierra prometida nos espera!

Es la llamada de la tribu, el último empujón. Y al calor del rebaño, las voluntades se funden en un solo ser. Els catalans tenim voluntat de ésser (Los catalanes tenemos voluntad de ser), propagó una y mil veces Pujol. Con esa querencia ha respirado Cataluña en estos últimos 30 años. Y sus gastos. Sólo con el gasto en publicidad institucional de este calado, Cataluña podría tener las escuelas mejor dotadas de España, pero comienza a estar a la cola de cualquiera otra comunidad.

El despilfarro se agarró como una garrapata al presupuesto institucional en el primer Gobierno de Pujol, allá por 1980. Las primeras manifestaciones fueron unas inmensas pantallas de aluminio con el nombre de la Generalitat bien visible, anunciando cualquier obra o socavón públicos. En la mayoría de los casos, valía más la propaganda que la obra en sí. Con Maragall, la propaganda institucional se encontró como en casa. En su época de alcalde ya había impulsado campañas muy parecidas: Barcelona, posa’t guapa!; y con el Tripartito, las campañas más variopintas se han camuflado en mil presupuestos de política lingüística destinadas a estercar el cultivo del sentimiento romántico por la patria (157 millones de euros el pasado año 2007).

Se trataba de visualizar la nación en ciernes. Después se multiplicó y esparció en infinitas direcciones y con variados guiones, pero siempre con un mismo mensaje: el de la construcción de la nación. Se trataba de generar un paisaje emocional, lingüístico, geográfico, nacional.

Ahora, después de tres décadas, quizás la campaña más descarada es la que pretenden hacer pasar por información y entretenimiento cada día, desde TV3 y Catalunya Radio. 360 millones de euros nos costarán este año los dos medios públicos de uso más privado de la Corporación Catalana de Medios Audiovisuales, que en total gastará 441 millones de euros. Menos que ayer, por aquello de la crisis, pero más sectarios que nunca. Vean sino el grado de colaboración con los planes de manipulación de la población recién llegada que tan explícitamente se exponen en la Guia d’acollida lingüística (Guía de acogida lingüística) destinada a lavar el cerebro de los inmigrantes.

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