Nunca antes el terrorismo había alcanzado tanta eficacia con medios tan rudimentarios. Su objetivo de infundir miedo se ha globalizado hasta lograr que los principales gobiernos occidentales dispongan presupuestos y medios propios de un estado de guerra para neutralizarlo. Ese es el triunfo aterrador del yihadismo islámico. Su eficacia para condicionar la vida diaria de todos los ciudadanos de la tierra (fijémonos en aeropuertos, trenes o concentraciones humanas) no se corresponde con el uso de un sofisticado sistema organizativo, ni de instrumentos o presupuestos a la altura de su éxito. Me refiero a la correlación de sus últimos atentados en Europa entre eficacia y esfuerzo, no a sus acciones, organización y presupuestos en la guerra de Afganistán, Irak y, ahora, Siria. Aquí, los dos grupos más poderosos, Al Qaeda y Daesh, se han comportado más como verdaderos ejércitos que como grupos terroristas clásicos. Y van perdiendo.
Puede parecer paradójico hablar sobre sus éxitos y asegurar que van perdiendo. Pero no insensata. Si reparamos en su modo de operar de los últimos atentados en Europa, sobre todo después del asalto con armas automáticas a la revista Charlie Hebdo, sus instrumentos de matar se han ido reduciendo a individuos aislados y vehículos comunes. Una y otra simplificación son muy fáciles de llevar a cabo sin necesidad de infraestructuras ni presupuesto por su desprecio a la propia vida. El camión del Paseo de los Ingleses en Niza, el del mercadillo navideño en Berlín o el coche de ayer en el puente de Westminster lo atestiguan. ¿Por qué este cambio de camiones bomba y armas automáticas por vehículos y cuchillos?
Seguramente por dos razones: una, el despliegue casi militar en los países de la UE, junto a medidas administrativas restrictivas, como sellar fronteras, rastrear sospechosos, controlar visados y listas de extranjeros en tránsito, etc. La otra, la incapacidad de actuar en Europa con los medios que disponen en países musulmanes africanos y de Oriente Medio. No olvidemos que el 80% de los muertos por atentados terroristas en el mundo pertenecen a esos países musulmanes. Además de ser los más cruentos. Esas evidencias cuestionan el alarmismo excesivo ante su capacidad operativa en nuestras sociedades.
No es descabellado colegir que las derrotas y mermas en los frentes de guerra de los territorios ocupados por el Estado Islámico han laminado seriamente su capacidad operativa en Europa. Lo demuestran estos medios tan rudimentarios de matar. Lo cual cuestiona la crítica fácil a las intervenciones militares occidentales en sus territorios de origen.
Pero lo que pudiera parecer un alivio es a la vez aterrador. Su ánimo lo impulsa el fanatismo más irracional y la arbitrariedad de la muerte. Es un terrorismo de almas envilecidas por el odio y la irracionalidad. Si con medios escasos son capaces de infundir terror, todo hace pensar que, con instrumentos propios de la guerra química, drones sofisticados, armas semipesadas o incluso armamento nuclear no dudarían un instante en convertirlos en los jinetes del apocalipsis. Si no lo hacen es porque no pueden. Y eso es lo aterrador.
Pronto volverán a sus propios países de origen miles de yihadistas del Daesh derrotados en los territorios donde pretendieron crear un Estado islámico. Es preciso derrotar su alma si queremos ganar esta guerra. Y en esa vamos perdiendo.