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Antonio Robles

Todo es mentira

La impostura delata así la historia de cartón piedra que nuestros nacionalistas nos tratan de colar.

Comíamos el martes pasado en la Barceloneta, frente al mar, Santiago Trancón, autor del Manifiesto de los 2.300, Juan Carlos Torrubia, amigo personal de ambos y los recuerdos.

Santiago acaba de publicar Memorias de un judío sefardí y está punto de lanzar revelaciones sorprendentes en un nuevo libro sobre el pasado de muchos españoles ilustres que tuvieron que enmascarar su origen judío en tiempos de la diáspora. Puede que incluso el propio Cervantes y la tierra donde ubicó a sus protagonistas. Y por ahí revisamos esta gran farsa en que se ha convertido Cataluña y su historia.

Ahora que llega el 11 de septiembre, más encadenado que nunca a las mentiras de su pasado, se lanzan nuevas ficciones construidas sobre otras que con el uso ya nos parecen reales. Como el himno de Cataluña, que lo es desde 1993 por decisión del Parlamento de su comunidad, pero que pasa por serlo desde tiempos inmemoriales. Y sin embargo sólo es una recreación romántica de la guerra de los segadores de 1642 compuesta en 1897, o sea, 255 años después de unos acontecimientos elegidos para la ocasión. Es decir, ficciones encadenadas a lo largo del tiempo que la distancia y el olvido convierten en monumentos de la historia pasada, sin que nadie repare en su consistencia. Y se debería reparar. La recreación interesada de los nacionalistas de 1993 le dieron un valor de himno nacional a una letra resentida y terriblemente violenta que otro catalanista, cien años antes, compuso para recrear unos acontecimientos que fundamentaran el origen de una supuesta nación vencida en los acontecimientos de 1642 conocidos como la Guerra dels Segadors. Lo que allí ocurriera, cómo sintieron aquellas gentes, nunca pudo quedar reflejado por Emili Guanyavents en 1897, puesto que éste no hizo sino proyectar sobre un acontecimiento interesado del pasado los intereses políticos catalanistas de su presente. Una cadena de ficciones y proyecciones para simular la existencia de un Estado que nunca existió.

Pero la historia de este himno romántico con letra impropia de una democracia no es sólo el resultado de ficciones consecutivas. En el colmo de la impostura, su composición musical puede ser un plagio de una plegaria religiosa hebrea del siglo XV, "Ein K'Eloheinu" ("No hay nadie como nuestro dios"). Vale la pena escuchar el vídeo donde Singular Digital evidencia la similitud.

La impostura delata así la historia de cartón piedra que nuestros nacionalistas nos tratan de colar. Una canción religiosa judía con letra piadosa convertida en himno nacional belicoso de una nación inventada. Una profanación para los que tienen fe, un plagio para los que consideramos el respeto a la verdad histórica y a la obra ajena un a priori de las sociedades civilizadas.

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