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Antonio Robles

Trump: la tentación de Herodes

Lo del nuevo presidente de EEUU es proteccionismo y nacionalismo en estado puro.

América contra América, los inmigrantes de ayer contra la inmigración de hoy. Si algo caracteriza a los Estados Unidos de América es la inmigración. Todos, a excepción de las minorías étnicas previas a la colonización, son hijos de la inmigración.

Donald Trump ha llegado a la Casa Blanca en nombre de los valores ancestrales de ese EEUU. Para negarlos. Entre ellos, la inmigración y el liberalismo. Contra la primera ha decidido levantar un muro; contra el segundo, rompe el espíritu del tratado de libre comercio, reniega de la globalización e impone aranceles disuasorios. Proteccionismo y nacionalismo en estado puro.

Hay en él algo instintivamente atractivo para el ciudadano corriente: la tentación de la simplicidad, la fórmula definitiva para los males sociales. Un grave error. Reducir la complejidad de una sociedad a un exabrupto de matón es ponerse en evidencia ante una verdad irrefutable: ninguna medida política ni utopía social a lo largo de la historia han logrado acabar definitivamente con los males de la humanidad. Comprobada la evidencia, pretender empecinarse es de necios. A pesar de ello, Donald Trump nos quiere hacer creer que levantando un muro puede acabar con el crimen en EEUU. No sé que es más simple, si empeñarse en poner puertas al viento, cercar con rejas la Estatua de la Libertad o reducir la inmigración a simples criminales. ("Ladrones, violadores y asesinos" ha dicho de los mejicanos). De algo sí estoy seguro, esto último es un desprecio nauseabundo por la inmigración que solo conduce al odio étnico. O que proviene de él. En cualquier caso, nada bueno puede salir de él.

Sus maneras tajantes crean la ficción de que la mejor regla democrática es la mano dura. Lo acabamos de ver con la justificación que ha hecho de la tortura. ¿Quién no quiere evitar los degollamientos yihadistas? Es evidente que el camino más corto entre dos puntos es la línea recta; pero si bien la tortura pudiera ser útil en un momento dado para evitar un mal insoportable, su legitimación haría imposible un Estado de Derecho. El matiz puede resultar despreciable para mentalidades como la suya; pero no reparar en él pudiera hacer preferible ajusticiar a un inocente que arriesgarse a dejar en libertad a un culpable; bombardear una población entera ante la sospecha de que en ella se esconden yihadistas que buscar una salida menos espectacular pero más justa. Es la eficacia del déspota: muerto el perro, se acabó la rabia.

La tentación de Herodes: eliminar todo cuanto percibe como amenaza sin reparar que está socavando los fundamentos modernos de los derechos humanos y la trama de afectos mundiales que el altruismo sin fronteras, el derecho internacional, los tratados comerciales y la utopía de un mundo en paz imaginaron los fundadores de la ONU.

Un tipo que desprecia cuanto ignora o no siente como propio, que retira la lengua española de la página de la Casa Blanca despreciando a 55 millones de compatriotas, que incita a la ruptura de la Unión Europea o cuestiona su defensa común, que rompe con el espíritu del libre comercio y desconoce o renuncia al planeta azul donde nació; un broncas que cuestiona la pedagogía democrática y las maneras tolerantes que han sido fundamento de los actuales Estados democráticos hasta hoy no puede traer nada bueno para la humanidad. Ese legado inmaterial imprescindible para el entendimiento entre los pueblos que tanta incidencia tiene en lo material es lo que está en peligro con el nacionalismo de Trump. Independientemente de los logros parciales que alcance para los suyos a corto plazo.

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