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Antonio López Campillo

5. La inferioridad de la mujer

La perennidad del Islam tiene multitud de raíces, pero fundamentalmente hay tres que son capitales. La primera, ya lo hemos indicado, el Santo Corán, que es la última revelación y que anula, parcialmente, las otras anteriores. Es un conjunto de normas, obligatorias para todo musulmán, de vida política, religiosa, social y familiar, es un texto que, siendo la copia exacta del que está en el cielo, no puede ser tocado. La segunda, el que confiera al creyente una superioridad indiscutible sobre el resto de los humanos no-creyentes. Y la tercera, que es importante socialmente hablando, el tener dentro de su sociedad un grupo inferior sobre el que todo musulmán varón tiene un poder casi absoluto: las mujeres.

De los tres puntos indicados, hay dos que son gratificantes directamente para el individuo: superioridad sobre los "gentiles" y, la más importante, sobre la mujer, que está en casa. La importancia del caso femenino sobre el no-musulmán reside en que el no-musulmán puede convertirse y deja así de ser un chivo expiatorio; pero a la mujer sólo le queda cambiar de sexo. La condena a la inferioridad es definitiva. Dice el Corán sobre los cristianos y judíos: "¡Creyentes! ¡No toméis como amigos a los judíos y a los cristianos! Son amigos unos de otros. Quien de vosotros trabe amistad con ellos, se hace uno de ellos. Dios no guía al pueblo impío". (Sura 5, aleya 51). La negación del otro que cree diferente es completa y hay suras en cantidad sobre esto. El musulmán es superior por ser guiado por Dios al pertenecer al pueblo pío.

La situación real de inferioridad en la que se encuentran pueblos e individuos creyentes es debida a no haber seguido la Saria. El único modo de salir de esa situación anómala es la vuelta a la fe. Es lo que dicen los islamistas. Se resienten fuertemente de la situación de inferioridad y la tentación de la vuelta a la aplicación estricta de la Saria es sumamente fuerte. Sobre todo entre los que son conscientes del contraste entre su pasado glorioso y la situación actual.

Tener que obedecer las ordenes de un no-musulmán es algo intolerable. La situación de trabajador en dar al-Harb, en el mundo occidental, es una humillación constante. Y el recibir lecciones de una mujer, sea o no creyente, también. De ahí las tensiones en los centros de enseñanza en los barrios con una fuerte densidad de musulmanes en las ciudades europeas, tensiones que en el caso de Francia crean problemas de seguridad ciudadana.

Es que la mujer es desde su origen un ser inferior al hombre. En la sura 4 aleya 34 se dice, y es palabra de Dios. "Los hombres tienen autoridad sobre las mujeres en virtud de la preferencia que Dios ha dado a unos más que a otros y de los bienes que gastan. Las mujeres virtuosas son devotas y cuidan, en ausencia de sus maridos, de lo que Dios manda que cuide. ¡Amonestad a aquellas de quienes temáis que se rebelen, dejadlas solas en el lecho, pegadles! Si os obedecen, no os metáis más con ellas. Dios es excelso, grande". En la aleya 11 de la misma sura se dice que la parte del varón en la herencia equivale a la de dos hembras.

Según el Corán, el testimonio de una mujer vale la mitad del de un hombre; así, hacen falta dos mujeres en un juicio si no se encuentra un hombre.

En el Paraíso la mujer está, pero no juega papel alguno. Han sido sustituidas por las huries, que son unos seres feminoides creados para el gozo de los creyentes (varones) en el Paraíso. En la sura 56 aleyas 35 a 38: "Nosotros las hemos (las huries) de manera espacial y hecho vírgenes, afectuosas, de una misma edad, para los de la derecha. (los elegidos)".

Se puede decir que la mujer es inferior "así en el Cielo, como en la Tierra". La hegemonía del varón está preservada siempre.

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