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Armando Añel

Anales del secuestro

Nicaragua les otorgó visado, pero la esposa y las hijas del lanzador José Ariel Contreras continúan retenidas en Cuba: desde hace 18 meses engrosan el pelotón de vanguardia de los rehenes del castrismo. Secuestrado él mismo –los deportistas, como los ingenieros, como los médicos, como todos en la isla, son propiedad estatal–, el relevista de los Yankees de Nueva York había burlado a sus secuestradores en 2002, quedándose en México para posteriormente pasar a los Estados Unidos. No obstante, el precio a pagar ha sido alto. Una familia rota, descolocada, forzada a esperar al menos cinco años para, si La Habana tiene a bien permitírselo, reunirse de nuevo.
 
Del caso, en el que están implicadas dos menores de edad, no se hace eco la gran prensa internacional –muy a la inversa de como ocurriera en su día con el hoy robotizado Elián González–, tampoco de los muchos otros que hacen de Cuba un santuario del secuestro mediáticamente correcto. Implementada como vehículo de control político y coacción social, la obsesión de acumular rehenes cumple funciones profilácticas en el ideario represivo del castrismo: téngase en cuenta que en la isla el Estado y sus innumerables ramificaciones penden del hilo de la indefensión ciudadana. Más que nada, es por medio del terror y la espada de Damocles del chantaje institucional que el régimen consigue mantenerse en el poder.
 
De cualquier manera, el secuestro en Cuba difiere ostensiblemente del practicado por organizaciones tan afines al castrismo como las FARC o ETA; aunque los réditos económicos están contemplados, no constituyen una prioridad para La Habana. Para que cunda el ejemplo el Gobierno debe castigar con dureza a quienes infringen las sagradas reglas del fundamentalismo oficialista –esto es, la fe incontrastable y la obediencia ciega–, al tiempo que intenta cerrar a como dé lugar las cada vez más preocupantes vías de agua de un barco que se va a pique. Por eso es tan importante el ejercicio del secuestro a posteriori, en las personas de los familiares del prófugo en cuestión, aun cuando en el episodio se vean envueltas personalidades de calibre mediático, como el mismo Contreras.
 
La realidad cubana suele superar las más atroces ficciones. En la isla, el precio de la independencia personal resulta, de una manera u otra, exorbitante. Nadie puede alterar impunemente el guión de la tragicomedia revolucionaria, filmada, desde hace casi medio siglo, por las cámaras de la policía del pensamiento.

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