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Armando Añel

Ciego que no quiere ver

Por si fueran pocos los deslices de Buenos Aires en materia de política exterior, las últimas declaraciones de su representante en Cuba, Raúl Taleb, ponen en entredicho la profesionalidad de una entidad tan respetable como la cancillería argentina, y por extensión la solvencia del ministro de Exteriores de ese país, Rafael Bielsa, y por extensión la del gobierno encabezado por Néstor Kirchner. Taleb respondía a un texto firmado por cinco de sus compatriotas, los intelectuales Marcos Aguinis, María Sáenz Quesada, Sylvina Walger, Juan José Sebreli y Fernando Ruiz, en el que pedían a su gobierno y a los de la región que abrieran las puertas de sus embajadas en La Habana a los miembros de la disidencia interna.
 
Como si aludiera a suecos, o a ucranianos, o a Objetos Voladores No Identificados, Taleb ha asegurado que los disidentes cubanos no representan al pueblo cubano, de lo que se desprenden dos conclusiones al margen: O el embajador suscribe la tesis castrista que subordina toda una nación a una única ideología y trata a quienes disienten de mercenarios, vendepatrias, lacayos y lamebotas –más o menos los mismos adjetivos con que el régimen caracteriza a aquellos gobiernos latinoamericanos y europeos preocupados por las violaciones de los derechos humanos en la isla-, o ha descubierto la fórmula mágica según la cual es posible numerar la voluntad ciudadana sin que ésta se exprese a través de comicios abiertos y competitivos. “¿Por qué tengo que invitar a los disidentes y no a otras ONGs?”, preguntaba el funcionario argentino, que aún no se ha enterado de que en Cuba las verdaderas ONGs están tras las rejas o sufriendo el minucioso apartheid a que son condenados quienes desafían la (i)legalidad socialista.
 
Desde hace ya 45 años el gobierno cubano se niega a pasar por el cedazo de las urnas, luego dicho gobierno no representa más que su propio enquistamiento, arropado por la cantinela antimperialista y el travestismo político. En Cuba desde hace más de cuatro décadas son ilegales la prensa alternativa y los sindicatos alternativos y los partidos alternativos y hasta la educación alternativa, luego lo tendría bastante complicado el embajador para saber quién representa a quién en la isla de la cartilla de racionamiento y la Internet censurada, de las concentraciones masivas y las migraciones multitudinarias. Taleb no castiga “al país del que es huésped” abriéndole a la disidencia las puertas de su embajada, sino repitiendo como un loro las tergiversaciones y disparates de quienes amordazan al país del que es huésped. Sólo con que hablara por su propia boca y mirara por sus propios ojos el pueblo cubano le quedaría agradecido, pero, hasta donde se sabe, de los olmos no brotan peras ni hay peor ciego que el que no quiere ver.

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