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Armando Añel

En la muerte, como en la vida

No es que el Comandante no se muera. Es el cadáver más que nunca. Pero el proceso de descomposición puede durar todavía algunos meses.

A medida que Fidel Castro se muere, las agencias de prensa internacionales aguzan el oído, a la caza del rumor que finalmente ponga en claro qué pasa con el cadáver más abrupto de la historia latinoamericana. Pero, como en la parábola del bañista que finge una y otra vez que se hunde, cuando el Comandante se ahogue puede que lleve tiempo creérselo. El castrismo mata cada vez a su timonel con segundas intenciones. De ahí los prolongados apagones informativos sufridos por la prensa nacional y extranjera, de los cuales Castro emerge cada treinta o cuarenta días, moviendo melancólicamente la colita.

Apoyados en esta estrategia, sus herederos esperan disponer de un margen de tiempo razonable para, tras su muerte, presentar y/o enfrentar el episodio político más determinante de la Cuba contemporánea, o al menos a eso apuestan. Mientras, con la misma piedra, tiran a matar a la credibilidad de los medios de prensa occidentales. Puede sonar pueril, pero el castrista es esencialmente un régimen lúdico, tramposo por convicción e irresponsable por usufructo, al que le cuesta horrores renunciar a su naturaleza fullera.

Así, el Comandante es la chaperona empeñada en obstaculizar los amores de la transición y el postcastrismo. Su pertinaz agonía viene como anillo al dedo de una oligarquía que entretanto, minimalista y reaccionaria –perdido ya para siempre un sentido del ridículo del que, por otro lado, nunca había hecho gala–, redecora sin mayores sobresaltos las estructuras económicas y de poder en Cuba. El propósito: acceder al dédalo de la transición en bloque, en condiciones ventajosas, cuando el máximo líder expire definitivamente.

No es que el Comandante no se muera. Es el cadáver más que nunca. Pero el proceso de descomposición puede durar todavía algunos meses. De haberse muerto razonablemente, Castro podía haber comprometido a sus herederos, súbitamente vulnerables tras casi medio siglo de régimen personalista. Ahora, sin embargo, el escenario ha involucionado para bien de la camarilla gobernante. En la muerte, como en la vida, el Comandante se resiste a abordar el más mínimo asunto sin causar la mayor cantidad de daño posible. Bicho malo nunca muere. Esto es: suele morir de la peor manera.

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