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Armando Añel

Horizontes no identificados

Paradójicamente, la expansión del eje La Paz-Caracas-La Habana, ahora con Managua como "artista invitada", está creando el caldo de cultivo indispensable para que América Latina despeje los nubarrones del vendaval ilusionista.

El triunfo de Daniel Ortega en las presidenciales de Nicaragua oscurece todavía más los horizontes de un futuro latinoamericano ya de por sí nebuloso. Como atenuantes cercanos en el tiempo figuran la reelección de Álvaro Uribe (Colombia), el triunfo de Alan García (Perú) y la derrota del prochavista Rafael Correa en Ecuador, tendencia esta última que pudiera confirmarse en la segunda vuelta del 26 de noviembre. Dos lados de una moneda todavía de canto, entre la cruz de un centro izquierda cada vez más pragmático y la mala cara del castrochavismo bolivariano.

La expansión de la utopía antiliberal pareciera incontenible en buena parte de Latinoamérica. Aunque geográficamente el llamado Eje del Mal carece de vasos comunicantes, está estratégicamente situado a lo largo y ancho del continente. Cuba continúa entrometiéndose en los asuntos internos de varios países centroamericanos y, sobre todo, de un actor regional tan importante como México. Venezuela sigue teniendo en el punto de mira a Colombia y no cesa de acrecentar su influencia en Centro y Sudamérica a través de los petrodólares. En lo que respecta a Bolivia, su condición emergente en el contexto de esta especie de triunvirato injerencista no atenúa el hecho de que cuenta con un argumento clave para eclosionar en dirección oeste: permanece sin salida al mar entre dos países, Chile y Perú, lo que eventualmente podría servir de válvula de escape a un Evo Morales en jaque.

Dado que Argentina carece de anticuerpos con que contrarrestar el virus ilusionista, sólo Chile, Colombia, Brasil y ahora mismo Perú están en condiciones de empujar drásticamente, al fondo del mar de la felicidad bolivariana, al galeón totalitario. Será a partir del hundimiento del navío de los chiflados, episodio distante pero inevitable, que América Latina interiorice la lección y comience a hacer oídos sordos a los cantos de sirena de la utopía antiliberal.

La condición aislada y excéntrica de fenómeno cubano había impedido hasta ahora que el totalitarismo fuera entendido en Latinoamérica como lo que es, un sistema afincado en el terror institucional, la manipulación nacionalista y el autismo económico. Dicha condición, sin embargo, ha pasado a mejor vida con la metástasis venezolana y boliviana. Paradójicamente, la expansión del eje La Paz-Caracas-La Habana, ahora con Managua como "artista invitada", está creando el caldo de cultivo indispensable para que América Latina despeje los nubarrones del vendaval ilusionista. En este sentido, el triunfo de Alan García imprimió una segunda velocidad al viaje hacia el centro de la izquierda moderada, con la particularidad potencialmente revulsiva de que el líder del APRA maneja fluidamente los recursos oratorios con los que el Eje del Mal suele encandilar a sus seguidores. Queda por ver si Daniel Ortega se decide a escapar, efectivamente, de los meandros de su pasado procastrista.

Sí, pero no: es probable que estemos asistiendo al principio del fin de la utopía antiliberal en la región, lo cual no necesariamente implicará el principio del fin del subdesarrollo. Lo primero constituiría, únicamente, un paso de avance en el camino hacia la necesaria regeneración cultural del continente. Una regeneración que, como el horizonte, parece alejarse a medida que se le persigue.

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