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Armando Añel

Humo y campanas

Indicios de existencia de armas de destrucción masiva en Irak, tanto como evidencias de conexiones entre Sadam Hussein y Al-Qaeda, ha habido, hay y muy probablemente seguirán apareciendo. El hallazgo hace pocas semanas de gas nervioso en un obús arreglado a manera de bomba (el régimen derrotado aseguró en su momento que esta clase de proyectiles fueron destruidos antes de la guerra del Golfo Pérsico, en 1991), demuestra que quienes patalean sobre la inconsistencia de Washington deberían andarse con cuidado. Los contactos baazistas con el terrorismo islámico han sido, por otra parte, suficientemente documentados: la reciente confesión de Putin, cuyos servicios de inteligencia alertaron a Bush de que Sadam, tras el 11-S, planeaba “actos terroristas en territorio de EE UU y fuera de sus fronteras, contra objetivos militares y civiles norteamericanos en otros países”, no hace más que recordárnoslo.

Y sin embargo, a raíz de afirmaciones de la comisión independiente encargada de investigar los atentados de 2001 en Washington y Nueva York, relativas al papel del régimen baazista en la tragedia, los medios vuelven a correr la cortina de humo de la que el antiamericanismo tan obsesivamente hace uso. Bush insiste en que su gobierno “nunca dijo que los ataques del 11-S fueran orquestados entre Sadam Hussein y Al-Qaeda, aunque sí que hubo numerosos contactos entre Sadam Hussein y Al-Qaeda”. Pero como si nada. Palabras como la aguja para siempre extraviada en el pajar de lo mediático.

Aún así, la desinformación imperante no sólo responde a sus productores, (la izquierda tradicional y los medios de comunicación a su servicio, la intelectualidad subsidiada, los movimientos antisistema...) sino a la torpeza de formas que caracteriza a algunos representantes de la derecha internacional. Ciertamente, en medio de su campaña antiterrorista la Casa Blanca debe ocultar información -relacionada, en lo fundamental, con el aparato de inteligencia- que de ser aireada regalaría pistas al fundamentalismo islámico y sus partenaires, pero ello no disculpa su inquietante ineficacia comunicativa. En el “camino de la acción” emprendido por la Administración Bush se han dejado en la cuneta ruedas informativas de las que un vehículo de tamaña envergadura no debería prescindir.

Nunca, y mucho menos cuando se lleva razón, puede subestimarse la trascendencia que la información consecuente, consistente, convincente, le proporciona a los hechos. Mucho menos cuando doblan campanas las espadañas mediáticas, patrimonio de la progresía conservadora.

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