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Armando Añel

La toma de Caracas

Venezuela vuelve a la carga. Tras estrellarse sobre la cara dura de su presidente, que no se da por aludido respecto del desempleo galopante, la corrupción institucionalizada, la agudización de una pobreza enmarcada por el alza de los precios del petróleo, los Círculos Bolivarianos, la impunidad con que los oficialistas han evadido su responsabilidad en las 17 muertes del pasado abril mientras el ex paracaidista sigue hablando de lo que pica el pollo, son una muestra de ello, la nación se ha echado a la calle nuevamente. El pasado 10 de octubre, en Caracas, el "mar de felicidad" en el que intentaba naufragar Chávez se convirtió en un mar de pueblo que arrastraría consigo al mismísimo jefe del Estado Mayor Conjunto de las Fuerzas Armadas venezolanas, el vicealmirante Alvaro Martín Fosse. A partir de las nueve de la mañana de este jueves, y durante ocho horas y siete kilómetros de recorrido, la oposición –que es ya mayoría irrebatible en Venezuela– lo dejó claro: si el becario de Fidel Castro no convoca elecciones anticipadas o renuncia antes del próximo miércoles, sobrevendrá un paro cívico nacional que podría dar al traste con el actual gobierno por la vía más expedita. Miraflores tiene la palabra.

Al término de la manifestación, la Coordinadora Democrática –híbrido de una serie de partidos y organizaciones civiles de diferente signo político–, junto a la Confederación de Trabajadores de Venezuela (CTV) y Fedecámaras, planteó el adelanto de las comicios (retardados ahora por un gobernante que originalmente se vanagloriara de consultar a su pueblo cada dos por tres), la constitución de una Comisión de la Verdad para dilucidar los eventos de abril, la pacificación de los grupos paramilitares oficialistas, o Círculos Bolivarianos, que intimidan a la población, etcétera. Paralelamente, Martín Fosse denunciaba ante las cámaras de la televisión nacional las irregularidades de la delegación que investiga a los militares acusados de participar en el pasajero derrocamiento de Hugo Chávez a principios de año.

La abrumadora demostración de este jueves, que hasta ahora sólo reporta una víctima –precisamente abatida por paramilitares chavistas que en San Juan de los Morros, capital del Estado central de Guárico, intentaron frenar autobuses opositores en marcha hacia Caracas–, fue precedida por el conato de detención de los generales Manuel Rosendo y Enrique Medina: rodeados por una multitud simpatizante que le sirvió de paraguas, ambos lograron guarecerse de la lluvia de arrestos practicada por las autoridades, previa a la manifestación del 10 de octubre. Ante el espectáculo de unas Fuerzas Armadas convulsas, de una sociedad civil en pie de guerra, el secretario general de la ONU, Kofi Annan, ha pedido a Venezuela "paciencia", "moderación" y todo lo que haga falta en la búsqueda de una salida democrática a la crisis institucional; sin embargo, un segundo golpe de Estado, cívico, militar o como quiera llamársele, se llevaría definitivamente a bolina a Chávez junto con buena parte de su ejecutivo, motos y paracaídas bolivarianos incluidos. Al payaso –según el millón de manifestantes que coparon la capital venezolana– le queda lo que al merengue en la puerta del colegio... pero no quiere enterarse.

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