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Armando Añel

Semblanza del socialismo kitsch

En patines sobre el tamiz de lo políticamente correcto, la izquierda kitsch es la izquierda reaccionaria multiplicada por diez.

Exceptuando los movimientos culturales de los sesenta, la caída del Muro de Berlín y el derribo de las Torres Gemelas, el advenimiento del socialismo kitsch constituye, a nivel pragmático, el acontecimiento más relevante del último medio siglo en Occidente. Cerca de veinte años, contados a partir de la quiebra del socialismo real, ha necesitado la izquierda para alumbrar la rimbombante criatura: la Tercera Vía de Blair se reveló mediáticamente insuficiente –entre otras cosas, por recrear cánones liberales-, con lo que acceder al carnaval de la postmodernidad a bordo de la carroza populista parecía, cuando menos, tentador.
 
Lo terrible, y hasta cierto punto sorprendente, es que el advenimiento, en lugar de proyectar una filosofía política progresista –en la mejor acepción de la palabra-, abocada a regenerarse y regenerar el debate ideológico, sobreviene como reacción. En patines sobre el tamiz de lo políticamente correcto, la izquierda kitsch es la izquierda reaccionaria multiplicada por diez.
 
En términos políticos, lo kitsch remite lo aparente al cielo de lo dogmático, donde absolutismo y superficialidad conviven y se retroalimentan. Mientras en Europa, como corresponde a su pedigrí primermundista y/o a su peso histórico y geopolítico, lo kitsch resulta, digamos, menos chillón, en su contexto subdesarrollado –recuérdese aquello de que el subdesarrollo está en la mente- alcanza niveles esperpénticos. José Luis Rodríguez Zapatero, en lugar de desdeñar las aparentes veleidades matrimoniales de la doctora Condolezza Rice, a la tortuosa manera castrochavista, prefiere permanecer sentado al paso de la bandera norteamericana, prestándole a su gesto, también profundamente kitsch y reaccionario, una cierta ligereza colegial. Zapatero o la apariencia –Trinidad Jiménez o la política de la chaqueta de cuero-, en su corte de pelo light. Hugo Chávez o la apariencia –Castro o la política de la olla arrocera-, en boina y con cotorra.
 
En cualquier caso, desde sus muy particulares circunstancias, las distintas expresiones del socialismo kitsch confluyen en el problema de fondo de su falta de propuestas viables, progresistas, no importa cómo y cuánto lo disimulen. La izquierda involuciona y ha dejado de representar un factor de avance, en tanto las señas de identidad de su variable kitsch, cada vez más extendida, apenas requieren presentación: es superficial en tanto absolutista, antiética en tanto estética, antiamericana en tanto mediática. Reaccionaria en tanto superflua, porque ni siquiera ocupa aquellos espacios abandonados, o erróneamente abordados, por la derecha, como los de la ilegalización de las drogas blandas -con toda su secuela de muertes, tragedias familiares, corrupción, economía sumergida e impuestos al contribuyente- o el proteccionismo, singularmente perjudicial para los países en vías de desarrollo.
 
Si la derecha ha evolucionado hacia lo neo, la izquierda ha degenerado hacia lokitsch. Así, con Hugo Chávez trepado a la cresta de la ola petrolera, la expresión menos amable de este socialismo postmoderno se vuelve expansionista –la ecuación, una vez más, revela su naturaleza infalible: autoritarismo + recursos financieros = injerencismo-, porque la Historia, siempre que puede, se repite como comedia. Cabría agregar que, en el caso castrochavista, se trata de una comedia peligrosa: elkitschen tanto apoteosis, sublimado por el subdesarrollo cultural de las élites latinoamericanas, constituye una bomba de tiempo.

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