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Armando Añel

Sospechosas unanimidades

Decía Walter Lippmann que cuando todos piensan igual es que ninguno piensa mucho. La rara unanimidad de las manifestaciones antibelicistas de las últimas semanas —manifestaciones, no únicamente marchas—, a propósito de la guerra anunciada en Irak, justifica tanto ese axioma como obvia este otro, utilizado por el Partido Popular en alusión al nuevo orden mundial surgido tras los atentados del 11 de septiembre: "Crisis: cuando algo viejo no acaba de morir, y cuando algo nuevo no acaba de nacer". Ténganse en cuenta que su autor, Antonio Gramsci, fue un reputado marxista.

Habría que preguntarse un par de cosas antes de abordar los pormenores de un pacifismo por estos días abrumadoramente mediático: ¿La unanimidad antes referida es realmente unánime? ¿Qué piensan aquellos que no marchan clamando por la paz —de Sadam— o acusando a George W. Bush de neofascista? ¿No piensan? ¿Piensan pero no les interesa manifestarlo? ¿Acaso temen manifestarlo? ¿O les parece estratégico, light, políticamente correcto, callar lo que piensan? La mayoría, según un simple cálculo matemático —compárense las cifras más optimistas de cuántos marchan con el número de habitantes del pueblo, la ciudad o la región escenario de la marcha—, calla. Estamos ante una mayoría silenciosa y una minoría escandalosa que marcha, que pasa por mayoría (lo cual, evidentemente, no significa que aquélla mayoría, en su mayoría, rechace el reclamo antibelicista de la minoría manifestante).

Vivimos el espectáculo de una mayoría en minoría manifiesta. Que no sabe, o que no quiere —que acaso teme—, decir lo que piensa. Resulta sumamente sospechoso que el barco de la cultura —del cine, por ejemplo— no haga aguas bajo el tifón de la unanimidad. Resulta lógico que en una minoría subvencionada proliferen las pegatinas rojo subido del No a la Guerra, pero la rara unanimidad de esta clase pensante —al menos en el papel—, la ausencia pertinaz, ramplona, de disidentes, restablece la pregunta anterior: ¿Será que a algunos les parece estratégico, light, políticamente correcto, callar lo que piensan? Se entiende entonces que una periodista como Elvira Lindo impugne, desde la izquierda, una unanimidad que comienza a reproducir contextos totalitarios: "Quiero leer artículos [o escuchar proclamas, o descubrir pancartas, pudiera agregarse] de gente que opine algo distinto (…) ¿Sería posible que en España se diera esa postura en un intelectual sin que se convirtiera inmediatamente en un proscrito?". Al menos a primera vista, parece que no.

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