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Asís Tímermans

Cuando Pablo despertó, Albert todavía estaba allí

Cualquiera que sea el resultado, el 20 de diciembre culmina el sorprendente proyecto electoral de Podemos.

Cualquiera que sea el resultado, el 20 de diciembre culmina el sorprendente proyecto electoral de Podemos.
Europa Press

Cualquiera que sea el resultado, el 20 de diciembre culmina el sorprendente proyecto electoral de Podemos. Exitoso en apariencia: en apenas dos años, un grupo de profesores y militantes de la izquierda radical, forjados en una modesta televisión y con ayuda de una formación marginal –Izquierda Anticapitalista–, puede alcanzar el 20% del voto popular.

Es cierto que, aun antes de que los auparan los grandes medios, ya emplearon más mimbres, y más oscuros: administración universitaria, apoyo chavista, medios iraníes… y otros que un octogenario exembajador español podría contar. Pero olvidan o ignoran los presuntos expertos que Podemos no se creó para sustituir a Izquierda Unida ni fagocitar al PSOE, sino para asaltar el Gobierno de España en 2015. Cualquier objetivo –consolidación territorial, creación de estructuras o liderazgo de la izquierda– se subordinó al de la obtención inmediata de una mayoría que pudiera encabezar el Gobierno.

¿Igual que otros partidos? No. Iglesias afirmaba que los comunistas, por sonrientes que se muestren, solo tienen posibilidades en momentos excepcionales. Éstos habían llegado: la crisis económica y su efecto lupa sobre la ya desmesurada corrupción política abría una ventana de oportunidad que era preciso aprovechar. De ahí la urgencia de que una minoría disciplinada, clarividente y con voluntad de poder dirigiese no un retorno al Poder de la izquierda, sino su conquista por la izquierda radical que nunca gobernó.

Tras tantos programas, debates, rentables viajes al Caribe y tranquilos paseos por Valsaín, el grupo de amigos forjado en la pasión política y la melancolía revolucionaria llega a una situación que, aunque soñaron, jamás creyeron. La moderación de sus propuestas no es pragmatismo, sino la táctica decidida por el "núcleo irradiador" –discúlpenme– desde el primer día.

Solo así se comprende el temor que Pablo Iglesias siente ante Albert Rivera. No por su ideología, capacidad oratoria o credibilidad. Ni siquiera por que no sea malo: le odia porque parece bueno. Ciudadanos –con los problemas que habrá de afrontar un partido crecido por aluvión– anula el principal argumento del clan de la Complutense: que no existe honradez ni salvación fuera de la oposición frontal a la democracia liberal. Fracasa el monopolio del sentido común que pretendió una minoría leninista envuelta en la mentira como arma revolucionaria. Hasta hace poco, Iglesias fingió ignorarle. Pero cuando abrió los ojos, Albert seguía allí.

No se trata de un trasvase del voto potencial de Podemos a Ciudadanos, pese a que el nuevo votante sin definida carga ideológica encuentre en el voto naranja la ilusión que solo el morado podría haber captado. El catalán desbarata el órdago totalitario de los radicales, mostrando que la alternativa a la corrupción y el bipartidismo no es el populismo podemita. Albert Rivera obligará a los demás líderes a imitarle para pervivir: justo lo que no quiere Iglesias.

Los estrategas del PP escenificaron la situación de Podemos y Ciudadanos como dos de las cuatro grandes fuerzas sin que aún lo fuesen. Tras ese empujón y la liviana torpeza de Sánchez, los de Iglesias podrían alcanzar hasta un segundo puesto. Ayuda también el error del candidato de Ciudadanos: "Cada ver que abraza a Iglesias", afirma un reputado analista político, "Rivera pierde un diputado. Y le está dando demasiados. Como si ambos fueran dos vertientes equivalentes del mismo impulso regenerador". En todo caso, cualquier resultado será vendido como el éxito de una formación que transitó en dos años desde el cero al infinito. Pero iban más allá: se llamaron a sí mismos "el tren sellado", y saben de la dificultad de liderar durante mucho tiempo la oposición sin que el sistema corroa la pureza de su radicalidad.

Aunque Podemos no liderase la oposición, es ya un daño incalculable la mera consolidación como fuerza determinante de un partido creado y dominado por una camarilla que es capaz de todo porque ya lo ha sido de casi todo.

Si algún gurú del Partido Popular jugó a potenciar líderes que impulsaran el voto del miedo, o aún confía en que siendo Iglesias la alternativa nadie podrá negar el gobierno a Rajoy, que la Historia le confunda. Y, sin duda, merecen la desaparición quienes desde, el partido socialdemócrata que quiso un día ser el PSOE, entregaron poder y medios a separatistas y radicales, y a esa sutil amalgama de todos ellos que se llama Podemos.

Ganará las elecciones el Partido Popular. Será, seguramente, lo menos malo. Pero a tantos años de secuestro de la política y degradación moral se sumará la presencia del reforzado totalitarismo amable de Podemos en una escena política de actores mediocres. Estos años complicados solo podrán encararse si se le enfrenta nítidamente un proyecto de libertad y unidad nacional que sea honrado y lo parezca: la antorcha que los verdaderos líderes deberían empuñar.

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