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El suicidio demográfico de España III

¿Qué hacer ante la decadencia a que nos aboca nuestra lamentable evolución demográfica, que amenaza gravemente el futuro de nuestro sistema de pensiones, la sanidad pública y nuestra prosperidad económica en general?

Nota: Artículo publicado originalmente en Expansión el 27/04/2010 bajo el título Cómo escapar o adaptarnos al tsunami de canas.

¿Qué hacer ante la decadencia a que nos aboca nuestra lamentable evolución demográfica, qué amenaza gravemente el futuro de nuestro sistema de pensiones, la sanidad pública y nuestra prosperidad económica en general, y conduce a la despoblación de amplias zonas de España y a un número creciente de conflictos entre “civilizaciones” en suelo patrio?

La única solución realmente buena


La única solución buena ante el tsunami de canas en ciernes es que la mejora de la natalidad se convierta en prioridad nacional para nuestras clases dirigentes, y que los españoles en edad fértil recuperemos el lugar que nuestros antepasados otorgaban a tener hijos entre sus grandes objetivos vitales. Porque se trata, sobre todo, de una cuestión de valores.

Aunque muchos alegan que ahora no tenemos apenas hijos porque “salen muy caros” y “dan pocas ayudas”, lo cierto es que la renta per cápita real de los españoles en tiempos de nuestros abuelos y bisabuelos era 8 – 10 veces inferior al actual. Y el riesgo de muerte de nuestras antepasadas en el parto y posparto, virtualmente nulo en nuestro tiempo, nada desdeñable. Sin embargo, nuestros ancestros tenían muchos más hijos que nosotros.

Y quienes echen la culpa de nuestra falta de niños a los “infernales” horarios de trabajo en España, y a la falta de apoyo a las madres en las empresas, que reparen que en Alemania, donde en general la gente sale antes de trabajar que en España, y los horarios de trabajo no se estiran como el chicle, tienen tan pocos nenes como nosotros.

En contraste, en EEUU, donde la ley federal que regula la baja maternal estipula que ésta será de hasta 12 semanas no pagadas de ausencia al trabajo, y eso sólo si la empresa tiene al menos 50 empleados (por 16 semanas pagadas en cualquier tipo de empresa en España), el promedio de hijos por mujer es superior en un 40% - 50% al de las españolas.

Así pues, ¿cómo estimular la natalidad? Dar dinero público por algo que TODOS nuestros antepasados -en promedio MUCHO MÁS pobres, sacrificados y esforzados que nosotros- hicieron simplemente por instinto natural, y porque tener hijos era para ellos algo esencial en una vida plena, no parece buena idea, pues de seguir ampliando el gasto público, nos exponemos a un serio riesgo de quiebra del Estado, a la griega.

Y si calculamos la eficacia del cheque-bebé de 2.500 euros en términos de coste para el contribuyente, dividido entre el incremento de nacimientos en España, el resultado es demoledor. Cada niño adicional respecto del nivel de nacimientos previo al cheque-bebé ha costado al Estado muchas decenas de miles de euros, pues en 2008 nacieron apenas 26.000 niños más que los 492.500 de 2007 -y de ellos, sólo 12.000 más de madre española-, y en 2009, cuando bajó de nuevo la natalidad, hubo sólo 17.000 bebés más que en 2007.

Lo único viable con dinero público en este asunto es aquello que, sin coste significativo para el erario / contribuyente, estimule realmente a tener más hijos y premie esta contribución de sus padres al futuro de España, su economía y la sostenibilidad de su sistema público de pensiones y bienestar social, compensando algo del gasto extra que tuvieron al criarlos, que les permitió ahorrar menos para su propia vejez.

Por ejemplo, como proponíamos hace meses en un artículo publicado en el diario “Expansión”, que la pensión de jubilación incorpore un coeficiente corrector al alza o a la baja proporcional a la diferencia entre el número de hijos que tuvo el jubilado y la media nacional. Esto, además de ser de justicia, bien modulado, si estimulase de forma suficiente la natalidad, podría beneficiar también a los menos fecundos, por mejorar a largo plazo la salud global de nuestra economía y de la Seguridad Social.

También convendría sobremanera que nuestros políticos y líderes intelectuales expongan a los españoles los graves problemas que afrontaremos si seguimos con tan pocos hijos. Es su deber. Por contra, fomentar el aborto, como hace la nueva ley, es justo lo contrario de lo que nos conviene en materia demográfica, pues los abortos en España representan cerca de la mitad de nuestro déficit de bebés para que haya relevo generacional.

Tampoco favorece precisamente la natalidad que, para el varón español, casarse y tener hijos sea cada vez más arriesgado, pues en caso de ruptura familiar tiene altas probabilidades de ser desplumado y perder a sus hijos, y porque ha sido pre-criminalizado en masa con leyes como la de “Violencia de Género”, pese a que los maltratadores son una ínfima minoría de los hombres, y a que también hay víctimas masculinas de violencia doméstica.

La inmigración es un paliativo, no la solución

La inmigración es inevitable si faltan españoles y hay extranjeros que quieren ganarse honradamente la vida aquí. Rejuvenece España, y nos trae personas más sufridas y esforzadas, sin nuestro “síndrome de nuevos ricos”, con mayor flexibilidad laboral, que moderan los costes salariales en nuestras empresas y mejoran su competitividad.

Pero la inmigración también conlleva múltiples “peros” e inconvenientes. Si es masiva, dispara la inseguridad ciudadana y puede causar fracturas sociales por el aflujo súbito de muchas personas con valores diferentes. Una buena parte del PIB que generan los inmigrantes es expatriado en remesas. Y de los inmigrantes que cobran pensión o subsidio por desempleo, muchos lo gastan en sus países de origen.

Además, por ser nuestros inmigrantes en media trabajadores menos cualificados, recibirán en su pensión / subsidio un plus de solidaridad respecto de lo cotizado, desequilibrando aún más las arcas públicas. Tampoco mejoran mucho a largo plazo la pirámide de población, porque llegan mayoritariamente en edades medias, y una vez bien establecidos, su fecundidad real no es muy superior a la de los españoles (incluso la natalidad de los inmigrantes musulmanes, según lo ocurrido en otros países europeos, se reduciría drásticamente en pocos años).

Pero tal vez lo peor de todo es que, con una economía estancada, y el envejecimiento progresivo de la población conduce a ello, vendrían pocos inmigrantes (como en la envejecida Asturias), y muchos otros nos abandonarían, como ya está sucediendo con la crisis. 

Así pues, inmigración controlada, sobre todo de países afines a España en lo cultural, y cuando nuestras empresas y particulares la precisen, sí. Pero sin fiar a la inmigración lo esencial de la solución al gravísimo problema que origina nuestra deficiente fecundidad.

Reformas estructurales

Además de lo anterior, para afrontar mejor el deterioro demográfico, y porque conviene hacerlas de todos modos por la crisis económica, urgen las reformas que ayuden a mejorar nuestra productividad (flexibilidad laboral, más energía nuclear y menos subvenciones a energías inmaduras, que enriquecen a unos pocos y empobrecen a casi todos, educación con mayor nivel de exigencia y menor politización, más seguridad jurídica y sencillez normativa, etc.), recortar el ingente gasto público superfluo y nuestro insostenible déficit público, y a que ahorremos más, tanto en el sector público como en el privado.

El número de españoles en edad avanzada / dependientes va a crecer sin parar, y los recursos extra que precisarán sólo pueden salir de producir y ahorrar más. O si no, habrá que recortar las prestaciones sociales de nuestra Seguridad Social, ya deficitaria en las ocho regiones españolas más envejecidas y/o con más desempleo, que viven del resto de España a estos efectos.

Asimismo, hay que adecuar el sistema de pensiones públicas al valor actuarial de lo cotizado por cada uno y a una esperanza de vida que sigue creciendo, y complementarlo de forma creciente con pensiones privadas, basadas en el ahorro personal. Pero esto último no basta: si la población sigue envejeciendo y mengua, los activos españoles -como las casas o las acciones de negocios en España- tenderán a devaluarse, y con ello nuestros ahorros.

También habrá que introducir formas de copago en la sanidad pública, para reducir el despilfarro por sobreconsumo, inherente a cualquier bien gratuito, y replantearse la cuasi-gratuidad de la universidad pública (sobre todo, para malos estudiantes / repetidores). Ya no hay dinero para malgastarlo.

El sector privado ante el problema

A los particulares, el incierto futuro les aconseja -ya lo estamos haciendo, impelidos por la crisis-, sobre todo, ahorrar. Es lo típico de los países más envejecidos (Alemania, Japón, Italia….), porque las personas mayores tienden a consumir menos y guardar más. Pero mucho cuidado sobre dónde invierten sus ahorros los españoles de a pie.

Por ejemplo, es dudoso que las viviendas tiendan a revalorizarse, algo que llevan bastantes años sin hacer en Alemania. En España sigue habiendo muchas casas nuevas por vender, y lo que es peor, la evolución demográfica previsible augura una débil demanda, al haber menos jóvenes y personas de edad mediana para comprarlas.

Además, si España no recuperase vigor demográfico y su economía se estancara de forma estructural, bastantes compatriotas se marcharían a países con mayor vitalidad demográfica y mejores perspectivas económico-políticas, como EEUU. Ya está pasando en cierta medida, según el INE.

A las empresas también les es de aplicación lo anterior. De hecho, cada vez desarrollan más sus negocios fuera de España, en busca de mejores oportunidades de crecimiento, pese a que con ello deban incurrir en riesgos adicionales, como la inseguridad jurídica rampante / endémica en gran parte de Iberoamérica. Y las empresas que antes y mejor adapten al nuevo entorno demográfico su oferta de productos y servicios, y su modus operandi, podrían incluso salir beneficiadas, que las discontinuidades siempre generan oportunidades para los empresarios avispados.

* * * *

En definitiva, los españoles -y los europeos en general- afrontamos pocos desafíos del calibre de nuestro declive demográfico. O hacemos desde ya lo que debemos para remediarlo, como individuos y como sociedad, o nos esperan tiempos problemáticos, y lo lamentaremos amargamente cuando sea demasiado tarde. No hay vuelta de hoja.

Artículo elaborado por Alejandro Macarrón Larumbe, consultor de estrategia empresarial y finanzas corporativas.

Aquí finaliza la serie publicada en el diario Expansión entre el 24 y el 27 de abril de 2010. Los artículos anteriores son: Un problema gravísimo del que se habla poquísimo; Una economía con plomo demográfico en las alas.

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