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Autores Invitados

La deuda helena

El Poder Judicial es independiente, pero se intenta que no lo sea, como sea.

La esperanza, el que se nos presente como posible lo que deseamos, es una virtud teologal y también el motor de nuestras vidas. Sabedores de ello, los pícaros del mundo se aprovechan de la ilusión de los incautos. Tiempo después, cuando ya es tarde, el astuto timador queda al desnudo.
 
La Justicia es uno de los muchos parientes necesitados del Estado. No despierta las mismas simpatías que sus hermanastros: Sanidad, Educación o Asistencia Social. Si funciona se asegura el orden familiar, no la felicidad. Justicia eficaz significa que la mitad de sus usuarios se quedarán sin casa, sin trabajo o sin libertad muy rápidamente. La satisfacción correlativa (políticamente irrelevante) de quien recuperará con igual celeridad su vivienda, su empleo o su seguridad serán la otra cara de la moneda (en todos los juicios uno gana y uno pierde). Casi nadie sabe lo que es la nueva oficina judicial; ello favorece el éxito de sus predicadores.

Si a un profesor atosigado por sus alumnos, por la cantidad de ellos, por los exámenes que debe corregir, por las visitas de los padres y sus exigencias, por el estado de las instalaciones, le dicen que todo va a mejorar, sonreirá pensando en un futuro mejor. Pero ¿qué nos dirán los hechos? Esa será la clave.

No será temerario el pronóstico que anticipe el fracaso si lo único que cambia es el diseño de la pizarra, el color de las aulas y menos aún si lo que se dice es que al profesor le van a sustituir en sus labores docentes otras personas que no sean de su gremio. Ni qué decir tiene que estos lamentos se pueden replicar falazmente: “El colegio no es el coto privado de los profesores”. Con la Sanidad sería más difícil el engaño, la sociedad quiere buenos hospitales y buenos médicos; que la lista de espera desaparezca.

Se dice, sin ser cierto, que hasta ahora el Juez estaba distraído con el papeleo, esto es, haciendo tareas que no le eran propias. La filosofía del cambio está clara: no se puede confiar en los Jueces, hace falta su control y supervisión. Se ve mejor con el Tribunal Constitucional, que ni es parte del Poder Judicial, ni está formado por miembros de aquel, por mucho que su nominación legal sea la de magistrados.

Por eso ahora se hace hincapié en la necesidad de su renovación perentoria y ello animados sus impulsores de un propósito claro: que la disciplina política y jerarquizada de los partidos asegure que sean personas de fiar quienes lo integren. Esa confianza se basa en la falta de imparcialidad como requisito sine qua non de un aspirante con posibilidades. Mientras que en la enseñanza o en la sanidad quienes propusieren demagógicamente esos despropósitos se cuidarían mucho de no aplicárselos en carne propia, en cambio con la Justicia ( incluida la constitucional ) quienes más se beneficiarán con esos cambios serán quienes los proponen, de ahí su tenacidad. El Poder Judicial es independiente, pero se intenta que no lo sea, como sea.

Con la nueva oficina judicial, los secretarios judiciales, asumen muchas funciones que eran de los Jueces. Más de 100 catedráticos se han pronunciado en contra de las reformas. Que un pleito se demore es malo per se. El retraso indebido no disminuirá aumentando los trámites, complicando las cosas en vez de lo contrario.

Estamos hablando de personas y también de dinero, muchísimo dinero, más de 10.000 millones de euros, sólo en la jurisdicción contencioso administrativa, actualmente bloqueados del tráfico económico, tal y como recuerda el catedrático de Derecho Administrativo D. Alejandro Nieto. Con eso podríamos seguir ayudando a Grecia aunque fuese para compensar simbólicamente parte de la deuda de la humanidad con la cultura helena. Para que la Justicia española salga de la caverna hace falta dinero, mucho dinero, pero también sentido común.

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